El sector más indiscutiblemente conservador del Partido Popular ha puesto en marcha la estrategia de la tensión para condicionar, cuando no impedir, el viaje al centro emprendido por Mariano Rajoy después de la derrota electoral del 9 de marzo. No puede ser entendido de otro modo el episodio de la convocatoria el pasado viernes, hecha a través de mensajes a los móviles, de una manifestación contra el presidente del PP frente a la sede central del partido, y la correspondiente convocatoria de una contramanifestación de apoyo en el mismo lugar. Si con ello se pretendía que el conjunto de la opinión pública visualizara la fractura política que afronta el partido a fe que quienes lo intentaron consiguieron sus propósitos. El hecho de que Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Alberto Ruiz Gallardón, reunidos en ese momento la sede del partido con algunos de los alcaldes más notables tuvieran que salir por el garaje para evitar que la tensión creciera es suficientemente explicativo de la temperatura emocional que está teniendo el periodo precongresual de los populares.

Lo que está ocurriendo aquí es que el sector del PP que, a raíz de la derrota electoral del 2004, decidió disparar contra todo lo que se movía para recuperar el poder cuanto antes, se niega a rectificar y aceptar que el plan de ataque diseñado por los hombres de confianza del expresidente José María Aznar no ha dado para más que para cosechar en marzo una honrosa derrota, pero derrota al fin.

Sería del todo superficial quedarse en la anécdota esperpéntica de la manifestación de la calle de Génova, y los improperios dirigidos por los concentrados a Mariano Rajoy y a otros dirigentes, para dar con las causas de la crisis. Es bastante más revelador comprobar que la nueva actitud de Rajoy y su equipo con relación a los nacionalismos periféricos ha soliviantado al núcleo duro del partido y, por extensión, a una parte del PP vasco, encabezada por María San Gil. Aunque Rajoy recuerde ahora, como parte de su estrategia de resistencia hasta el congreso de junio --"no voy a tirar la toalla"--, que el primer Gobierno de José María Aznar mantuvo una relación fluida con el PNV y con CiU, lo único importante para sus adversarios en el PP es mantener a raya los nacionalismos --especialmente el vasco-- y no renunciar a las esencias.

En el fondo, se trata de una disputa por el poder en el partido, después de dos fracasos electorales pilotados por Rajoy, que es solo en parte una pugna ideológica. Aunque Esperanza Aguirre diga lo contrario, las arremetidas contra Rajoy viajan a lomos de la estrategia dictada por El Mundo y la COPE, ajena por completo al debate de ideas y apegada, en cambio, a la derecha más rancia. Una derecha tan extremadamente conservadora y retardataria que ve en Alberto Ruiz-Gallardón y en Soraya Sáenz de Santamaría a liberales desbocados, cuando no han demostrado ir más allá del realismo que les aconseja buscar acomodo y votos en las autonomías que les son menos propicias --el País Vasco y Cataluña-- para reconquistar algún día la Moncloa.