WEwl sesenta aniversario de la OTAN fue celebrado ayer en un puente sobre el río Rin, que es un símbolo de la unidad y la paz. La alianza forjada en el año 1949 por el Tratado de Washington, en el paroxismo de la guerra fría, protegió a Occidente de la amenaza que entonces suponía la desaparecida Unión Soviética y contribuyó a que Europa Occidental superara las secuelas de una de sus épocas más sombrías y violentas. Como advirtió en el año 1989 un colaborador del ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov, la desaparición del adversario colocó a la OTAN en su primer dilema: disolverse o asumir otras misiones. Optó por la segunda alternativa y no solo avanzó hacia el este europeo, acogiendo a los exsatélites de la URSS, sino que se implicó en un escenario tan lejano y problemático como el de Asia Central con Afganistán como la gran protagonista. Vencedora de la guerra fría, la OTAN se halla ahora en una encrucijada debido tanto a la ampliación de sus cometidos como a las dudas sobre su visión estratégica.

La nueva frontera, que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, sitúa en los confines de Afganistán y Pakistán, suscita escaso entusiasmo en Europa, pese al cambio de estrategia decidido en Washington sin consultar con los aliados. Y la marcha hacia el este provoca una división profunda, reflejo de las discrepancias en cuanto a las relaciones con Rusia.

Estados Unidos, el Reino Unido y los países de Europa Oriental abogan por la ampliación hacia el este de Europa, mientras que Francia, Alemania e Italia consideran que debe detenerse en aras de una asociación con Rusia, que podría plasmarse en un espacio de seguridad común y su correspondiente política energética.

En esa atmósfera harto confusa, los islamistas de Turquía olvidaron su aspiración europea y se opusieron al nuevo secretario general, el primer ministro danés Anders F. Rasmussen, por haberse negado este en el año 2006 a censurar o reprimir al semanario que publicó las caricaturas de Mahoma y que ofendió a muchos islamistas.

En un momento de incertidumbre, Barack Obama tuvo que conformarse con la ampliación temporal del contingente europeo en Afganistán, al que España contribuirá con 450 hombres, y el aplazamiento de la espinosa cuestión de nuevos socios para incorporarse a la OTAN. Quizá el presidente norteamericano se sintió frustrado por la reticencia de los aliados, a los que llegó a conminar con el argumento de que Al Qaeda era un riesgo mayor para Europa que para los Estados Unidos, pero debería entender que la fosa atlántica no se colmará si Washington mantiene la vieja política con nuevas palabras en vez de promover la emergencia de Europa como un actor internacional menos subordinado a Estados Unidos y más fuerte y con un mayor protagonismo.