WAw l cumplir sus primeros 100 días en la Casa Blanca, la quinta Cumbre de las Américas consagró el carisma del presidente Barack Obama entre los líderes del hemisferio sur reunidos en Puerto España (Trinidad y Tobago), donde las recriminaciones rituales se transformaron como por ensalmo en augurios de unas relaciones más equilibradas y fructíferas y hasta de "un nuevo comienzo" con la dictadura cubana, sometida al embargo comercial desde 1962, un asunto neurálgico para todos los latinoamericanos.

Aunque al margen del debate oficial, la ausencia de Cuba y el estridente egocentrismo del presidente de Venezuela ofrecieron los titulares de una cumbre centrada en los estragos de la crisis económica. Los apremios de Chávez chocaron con las prioridades de Obama, su cautelosa aproximación a un asunto volátil y su voluntad de no dejarse arrastrar por unas exigencias extemporáneas.

Hay que felicitarse por el ambiente amistoso, la rectificación de errores pasados y el espíritu exhibido por Obama ante los líderes de un hemisferio que es el principal cliente de Estados Unidos y su primer suministrador de petróleo, energías alternativas, drogas y emigrantes.

Los más sesudos informes estadounidenses pronostican que "la era de EEUU como poder dominante en América Latina ha terminado", de manera que el presidente Obama y sus asesores se atienen al guión establecido para el cambio inevitable y gradual, según el cual corresponde ahora al Gobierno cubano mostrar su buena voluntad reduciendo la represión y facilitando el deshielo en las relaciones bilaterales. "Entramos en un periodo de prueba por ambas partes", sentenció un allegado de la Casa Blanca.

Pese al desacuerdo de los amigos de Cuba sobre la declaración final, la agitación y el resentimiento legados por Bush han sido aventados por la presencia casi taumatúrgica de Obama. El fin del embargo no es para mañana y los graves problemas de la pobreza y las desigualdades, del desarrollo sostenible, de la ley y el orden, y hasta del afianzamiento de la democracia, amenazada por una ola de populismo, están enconados por la crisis.

El pragmatismo de la nueva diplomacia, con la ideología al margen, como propugna la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, debería ser el pilar sobre el que fundamentar una asociación entre iguales, de ámbito continental, un renovado panamericanismo para promover la estabilidad, la prosperidad y la democracia.