La lucha contra el Espacio Europeo de Educación Superior, más conocido como plan Bolonia, no ha representado nunca una movilización masiva, aunque sí en ocasiones ruidosa, de los estudiantes, pero desde hace unos meses ha sufrido un deterioro progresivo que la hace agonizar. La jornada contra el plan que se convocó el pasado jueves apenas fue seguida por unas pocas decenas de miles de estudiantes repartidos desigualmente por las comunidades autónomas. Las concentraciones más nutridas tuvieron lugar en Madrid, con 15.000 estudiantes, y en Barcelona, con 6.000; en Extremadura había alguna concentración convocada que tuvo solo un eco testimonial. Se puede y se debe ser comprensivo con el espíritu de rebeldía de los jóvenes. Se pueden compartir o no las bondades de Bolonia. Pero los líderes de la protesta estudiantil han de saber calibrar sus fuerzas y el grado de adhesión que reciben del alumnado, primero, y del conjunto de la sociedad, después. Y no parece que estén muy boyantes ni de lo uno ni de lo otro.

En torno a Bolonia se ha generado una gran confusión, a la que han contribuido esos movimientos estudiantiles. Por eso, han sido oportunas iniciativas como la de la Uex, que ha distribuido folletos informativos e incluso profesores universitarios han explicado en los institutos qué es el plan Bolonia.