Con la misma escasa responsabilidad histórica que ha demostrado en los últimos cuarenta años, ETA anunció su desaparición dejando un rastro de sangre, sobre todo de inutilidad que lleva a hacerse la pregunta de qué ha valido su actividad; cuál es su contribución a la democracia, a la transición, aunque sea en parte fallida, de la dictadura a estado parlamentario social y de derecho que intentamos establecer.

Días atrás una retrospectiva en televisión dejaba en el aire una de esas ‘hijuelas’, una de esas ramificaciones o flecos a los que me refiero, y es la falta de colaboración de sus integrantes, o excomponentes, para resolver tantos asesinatos todavía sin aclarar policial, ni saldar judicialmente y con justicia.

Ni perdón, ni reconocimiento de su inutilidad histórica. Quizá sea demasiado pedir esto último, sería negar probablemente el sentido de la existencia de centenares de miembros y colaboradores de la banda, pero en la hora teatral y con modos infames --huidos de la Justicia, como otros que andan en Alemania o Suiza-- ni siquiera quieren poner en el mismo nivel de víctima a todas las que lo han sido.

No es de extrañar porque, volviendo a la idea de esas concesiones de líneas de regulares de autobuses con recorrido oficial de «X a Y, con hijuelas», con consecuencias, con partes y ramificaciones, aún sigue habiendo problemas de teorías, grupos y colectivos vascos, presuntamente de izquierda o abertzales, que no permiten que la libertad sea plena en la magnífica Euskadi, País Vasco.

Voy a contar dos cosas relacionadas con ese territorio, y ETA, que me llegaron gracias a este oficio privilegiado que te acerca a personas con información de relevancia. En los años 90, con la banda continuando sus asesinatos, un grupo de dirigentes del Partido Popular de Extremadura viajó a Euskadi --me gusta llamarla así-- para participar en una de las manifestaciones y demostraciones populares de repulsa por una de esas muertes.

Querían aparte de repudiar lo sucedido, apoyar a sus compañeros de partido, una formación en continua regresión en aquel territorio en buena parte porque sus postulados ideológicos, y sobre todo políticos, los asumía y asume el Partido Nacionalista Vasco, además de la tendencia en ese territorio, y en Cataluña, a optar por opciones electorales similares pero con marchamo doméstico y nacionalista, algo que también le ha venido pasando al PSOE.

A la vuelta de aquel viaje un par de dirigentes me contaron con toda discreción y consternados que había mecanismos por los cuales empresarios vascos se desgravaban en sus declaraciones fiscales el dinero pagado a la banda en concepto de ‘impuesto revolucionario’. Pensar en que indirectamente la Hacienda vasca, y con ella la española en cierto modo conectada, y a través de ella todos los contribuyentes españoles, ayudaban a pagar ciertas cosas, da escalofríos.

Sin que tenga que ver con ello recuerdo al líder del PNV Arzalluz, con aquella frase de «los chicos de la gasolina», o el dicho de que «unos menean el árbol y otros recogen las nueces», entendido en el sentido de disculpar al entorno de ETA porque así se arrancaban competencias y sobre todo dinero, el concierto, el cupo. Había y sigue habiendo hijuelas de aquello.

En segundo lugar, a los presos de ETA que querían estudios universitarios se les permitía matricularse en la Universidad del País Vasco (UPV), a diferencia del resto de los reclusos que los llevaba y examinaba la UNED. Uno de esos presos quería examinarse de Filosofía, y la UPV mandó a su examinador; el recluso apenas estudiaba, demostraba muy pocas luces académicas, pese a lo cual quiso someterse a la prueba.

Después de un rato a solas un responsable de la cárcel preguntó al profesor qué tal. «¿Sabía algo de Filosofía?». «No, pero sabe filosofar», fue la respuesta escueta del docente.

Al final un 7,5, y lo digo porque hoy mismo he leído a alguien que decía que a los presos etarras se les regalaron títulos universitarios.