Alfredo Pérez Rubalcaba ha realizado un conjuro para no abandonar la política sin dejar encarrilado el final del terrorismo. Casi no interviene en otros asuntos políticos que los de su departamento. La conjunción mágica que está permitiendo el desmoronamiento de la banda es una fórmula ancestral que nunca se había sostenido como ahora en el tiempo: infiltración de los servicios de inteligencia franceses y españoles; los dirigentes son detenidos días antes que sus sucesores; presión política desde la estricta legalidad contra el entorno civil de la organización y una política penitenciaria adecuada para acentuar la contradicción entre los intereses de los presos y las directrices de la organización. Al contrario de lo que ocurrió en el anterior proceso de negociación, se han establecido como indiscutibles dos cosas. La primera, que no hay proceso de paz posible mientras ETA no se disuelva: la organización no tiene crédito después del atentado de la T-4. La segunda y más importante: a ETA se la puede vencer sin necesidad de un diálogo y mucho menos con contenidos políticos. La formación del primer Gobierno no nacionalista en Euskadi ha demostrado también la falsedad de la existencia de un contencioso político fuera de los márgenes de la Constitución y del Estatuto. La normalidad de la ley es el universo en donde ETA no tiene oxígeno para respirar. El ministro de Interior tiene información de las consignas de los dirigentes de ETA en Francia. Juega partidas de ajedrez anunciando sus intenciones sin que le importe la incomprensión o la deslealtad del PP. Conoce lo que pasa en las cárceles y el cansancio que promueven un día tras otro en los patios de las prisiones. Y ha podido confirmar la falta de coraje político de Arnaldo Otegi y de la izquierda aberzale para quitarse de encima el yugo de la dirección de ETA. La organización terrorista es una olla a presión cuyo aliviadero está en el Ministerio del Interior. Solo falta tiempo y perseverancia para que la presión sea insoportable y ETA salte por los aires. Sabiendo que, a pesar de todo, puede volver a matar en cualquier momento.