En estos momentos, el pulso de ETA es más con ella misma y su entorno que contra España. No se trata de una frase grandilocuente: es la realidad. Su principal urgencia es mantener la disciplina en su colectivo de 750 presos, donde madura otra crisis de desobediencia. Solo la sabe encarar expulsando a los que de hecho ya se han autoexcluido. Su segunda preocupación es evitar que adquiera tinte oficial el hecho de que la mayoría de la izquierda aberzale ya está en contra de continuar apoyando la violencia. La tercera, cómo continuar de una forma u otra la lucha armada, no sabe cómo plantearla sin que le ocasione un efecto bumerán en contra. El trasfondo de todo es una gran contradicción: ETA no quiere rendirse, pero todos los indicios apuntan a que tampoco confía en poder obtener algo a golpe de tiros, bombas y más sacrificios de ir a la cárcel.

Lo de las prisiones es una situación límite. Aunque lo maquillen forzando protestas contra el sistema carcelario, el desespero de los presos apunta más contra la dirección etarra que contra los ministerios de Interior y Justicia. Dos de los cinco últimos expulsados son dirigentes históricos con mucha sangre en las manos que ahora dicen en voz alta que la lucha armada es inútil. No es que se hayan convertido a la democracia; es la hora de la decepción. Los encarcelados no tienen más horizonte que muchos años de cumplimiento de penas. Han matado a otros, pero ahora están perdiendo sus propias vidas y saben que por nada. Porque pudrirse ya no tiene el menor atisbo de gloria. Las familias y los íntimos les esperan, pero Euskadi, no.

XEL PAULATINOx giro hacia la frialdad de la mayoría de la opinión pública vasca desfonda a estos presos. Si era una lucha a largo plazo en la que ganarían los más tozudos, la han perdido. Euskadi tal vez será independiente algún día, pero no por los atentados de ETA. A partir de eso, es muy difícil mantener vivo el imaginario de que los atentados sirven para alcanzar fines políticos.

Muchos presos reconocen la obviedad de que ETA cometió el error final al apretar desmesuradamente las tuercas de las conversaciones con el atentado del aeropuerto de Barajas. Lo que circulaba era el último tren con apariencias de negociación. Lo había puesto en marcha el posibilismo del Rodríguez Zapatero de los años iniciales de su mandato. Los presos saben que aquel descarrilamiento diluyó el axioma que mantenía la izquierda democrática española, aquello de que un problema con tantas raíces solo se resuelve de verdad en una mesa de intercambio de cesiones. Muerta esa tesis, como los conversos suelen ser más resolutivos que los creyentes de toda la vida, un Pérez Rubalcaba posibilista respecto de un final no traumático para nadie (ETA incluida) alumbró a un Pérez Rubalcaba convertido en el ministro del Interior más eficaz y demoledor con ETA de toda la historia de nuestra democracia.

La izquierda aberzale es el segundo frente interno de ETA. Los presos no quieren perder más tiempo en las celdas y la izquierda aberzale tampoco desea perderlo en la calle, donde se configura poco a poco, y de momento sin ella, un nuevo Euskadi que mira al futuro con un lendakari vasquista, pero no soberanista. Esta izquierda tiene prisa por legalizarse, prisa por volver a las instituciones públicas, prisa por medir la magnitud de su apoyo electoral. Y prisa por asentarse como alternativa al PNV en la clave nacionalista, y a los socialistas vascos, en la socioeconómica.

Pero a la izquierda aberzale la condiciona su historial de subordinada a ETA y por lealtad o miedo todavía está en lo de amagar, pero sin romper. La clave está en que no entiende que la compenetración irlandesa entre el brazo armado y el brazo político del IRA es, a efectos de nuestras coordenadas, un mito falso. Nada es igual entre Irlanda del Norte y Euskadi, porque a efectos prácticos la dirección de ETA se aferra a las pistolas precisamente porque sus actuales miembros no tienen posibilidades de asegurarse un futuro en la política. Con todo, ETA ya no puede desterrar el debate aberzale sobre la naturaleza impresentable de la violencia cuando el terrorismo está más demonizado que nunca. Puede intentar retrasarlo, pero la mayoría de la opinión pública de Euskadi ya sabe que la lucha armada obstaculiza tanto su futuro como el centralismo español más cerril.

Recordemos lo fundamental: en una situación así siempre es posible que haya algunos atentados. Pero la situación de ETA es tan explosiva para ella y las urgencias de Euskadi son tan grandes, que este mismo año 2010 puede producirse el gran giro. Ahora que el problema económico es más acuciante para el Gobierno central que el territorial, y ahora que ETA necesita hacer la paz con los suyos antes de que estos prescindan de ella, quizá empiezan a reunirse las condiciones objetivas para que pase algo. Para unas conversaciones, ya no una negociación, sobre el abandono de las armas y el inicio de otra etapa para Euskadi.