En uno de los mejores libros sobre política que se han escrito, La democracia en América (1835), Alexis de Tocqueville dijo: «Al bien de las naciones sin duda importa que los gobernantes tengan virtudes o talentos, pero lo que quizá importa más aún es que los gobernantes no tengan intereses contrarios a la masa de los gobernados, porque en ese caso las virtudes podrían devenir prácticamente inútiles y los talentos funestos».

En pocas líneas introduce tres conceptos de intenso debate sobre el cambio político que necesita el mundo contemporáneo: la adecuada selección de los líderes políticos en función de determinadas cualidades de excelencia, la imprescindible preponderancia del bien común sobre intereses particulares o de tribu, y el obligado control y autocontrol al que deben someterse los gobernantes.

El hecho de que los sistemas de partidos políticos se hayan impuesto durante décadas como el vehículo privilegiado para representar la voluntad popular —no siempre fue así— nos ha llevado a olvidarnos de que la política no la hacen los partidos, sino las personas. Por supuesto que la sociología ha producido teorías sobre cómo los sistemas adquieren su propia inercia y fagocitan casi al completo la voluntad individual, pero la evidencia histórica de liderazgos que han sido capaces de cambiar el mundo refuta con crueldad el determinismo de estas teorías.

Es materia científica y demasiado profunda para este espacio dilucidar según qué contexto social es más determinante la influencia de las personas o la apisonadora de la mecánica institucional. Pero lo que creo completamente erróneo es eliminar el factor individual del análisis político.

Si hacemos caso al pensador francés, las personas importan y mucho. No deja de ser significativo que Tocqueville escribiera aquellas palabras estudiando precisamente la democracia estadounidense, que es la que tiene una mayor tradición de primarias para elegir a los líderes políticos. Una costumbre que en España se ha introducido con fuerza en la última década, poniendo encima de la mesa la creciente importancia que la ciudadanía le otorga a las personas, en muchos casos incluso por encima de los proyectos.

Es este, en mi opinión, un terreno todavía no suficientemente estudiado en ciencia política, debido a la dificultad de establecer relaciones causales entre características psicológicas de los líderes y políticas públicas efectivas, y debido también a la enorme influencia de los paradigmas analíticos (sobre todo el materialismo histórico marxista, sin duda de una fertilidad extraordinaria), que han orillado casi por completo esta cuestión.

Sin embargo, nadie duda de que Podemos sería un partido completamente distinto sin Pablo Iglesias, que la Transición habría sido diferente sin Adolfo Suárez, o que Felipe González supone un antes y un después indiscutible en la historia del PSOE por ser él, y no por otras razones.

En la actualidad basamos la confianza hacia las personas que nos gobiernan en los sistemas de control, es decir, en que cuando hagan algo mal serán sancionadas o expulsadas del sistema. Pero eso no ocurre. Es más, si estudiáramos con detalle la política española sería fácil descubrir que los errores son comúnmente premiados.

Si las personas importan mucho en política y es evidente que el sistema de controles no es suficiente para asegurar el éxito, solo queda un camino: fiscalizar el acceso. Es decir, ser más rigurosos a la hora de decidir quién puede y quién no puede ponerse al mando de las instituciones públicas.

Para eso hay que romper ciertos tabúes, y aceptar que personas con determinados historiales (corrupción, violencia, falsedad, intimidación, enriquecimiento dudoso, arribismo, deslealtad probada, comportamientos antisociales, y un largo etcétera) no pueden estar ahí. Es decir, algo que ya sabían los filósofos griegos de la antigüedad: la ética está antes que la política. Y yo siempre me pregunto cómo es posible que veinte siglos después hayamos desaprendido en vez de aprender y no hayamos resuelto un asunto de tan alta envergadura para el bien colectivo. De todas las piezas para una nueva política, esta es una de las fundamentales.