Los que no vivimos en el Valle del Jerte, nos pasamos el día presumiendo de nuestra tierra, y de nuestras cerezas, de las que nos sentimos orgullosos.

Las cerezas son una fruta estacional, por eso, cuando un compañero de trabajo te cuenta, en diciembre, que ha comprado cerezas de tu tierra y con un rubor has de desmentir la procedencia de la fruta, te planteas una serie de interrogantes. Aunque la cereza del Valle del Jerte no se da en invierno en el mercado, por Navidad podemos encontrar tarrinas de cerezas empaquetadas con el logotipo del Valle del Jerte bien visible y con un letra pequeña en la parte inferior que indica el origen chileno de las mismas.

Tenemos instalaciones listas para envasar la cereza que viene en invierno de otros países y tenemos compradores dispuestos a pagar por comer cerezas en diciembre. Pues adelante. La cuestión que se plantea es acerca del tipo de etiqueta que las estamos poniendo. ¿Acaso no le damos un mensaje contradictorio a los consumidores diciendo por un lado que las variedades del Valle del Jerte de las que solo podemos disfrutar en primavera-verano, son únicas y exclusivas y por otro lado empaquetando en diciembre cerezas de Chile con el nombre del Valle del Jerte en el envase?

Es posible que se vendan mejor si aparece nuestra marca en el envase, pero ¿qué consecuencias traerá para los cereceros del Valle del Jerte esta comercialización de cerezas ajenas con el equívoco nombre de la DO? Independientemente de la calidad de la cereza de Chile, lo cierto es que nuestras cerezas tienen una calidad y unas características contrastadas y es lícito y realista preguntarse si no estaremos matando la gallina de los huevos de oro. Y aún preguntarse ¿no es posible utilizar nuestras infraestructuras para comercializar las cerezas de Chile sin que nuestra producción propia corra riesgo y sin arriesgarnos a que el cliente pueda sentirse estafado? Habrá que valorar lo que se pierde y lo que se gana desde la óptica de la honradez comercial.

Celia Morán Breña **

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