El euro, la moneda única europea, cumple 15 años y, como si se tratara de un adolescente con las hormonas alteradas, vive una etapa de máximas turbulencias. Contribuye a ello el no menos complejo periodo por el que transita el proyecto de la UE, amenazado por las tentaciones antieuropeístas. Como ocurre a la hora de los balances, la corta vida del euro ofrece claroscuros que dificultan una nota final, que en este caso no podría ser más que el socorrido necesita mejorar. Tanto fue el inicial entusiasmo, y también el desconcierto, con el que aquel 1 de enero del 2002 unos 300 millones de europeos empezaron a manejar los mismos billetes y monedas, que ahora no faltan los sentimientos de decepción. ¿Han mejorado las condiciones de vida de los españoles en estos tres últimos lustros? No cabe duda de que así fue hasta el 2007, cuando el control de la inflación y los bajos tipos de interés que acompañaron al euro permitieron estimular el crecimiento, el empleo, los salarios y disparó la bolsa. Todo ello no sirvió, sin embargo, para invertir en los sectores básicos de productividad sino que engordó una burbuja inmobiliaria que con su estallido devastó la economía española. Depreciada hasta casi la paridad con el dólar, la divisa europea sufre los efectos de un proyecto europeo devaluado que precisa renovar cuanto antes su identidad perdida. En definitiva, puede ser que dentro del euro no se viva tan bien como se pronosticó hace 15 años, pero fuera sería peor.