XTxras los resultados de participación electoral en estos últimos comicios al Parlamento Europeo, ha quedado demostrada la hipótesis que se barajaba sobre la falta de interés y la indiferencia de la sociedad europea en general respecto al proceso de construcción de una Europa en claro retroceso de los derechos sociales y del Estado de bienestar.

Especialmente significativo resulta la participación electoral tan exigua en los nuevos estados miembros que entraron a formar parte de este club europeísta el pasado 1 de mayo, donde sólo uno de cada cuatro cumplió con su derecho al voto. Conclusiones a este respecto, muchísimas, pero quizá la más reseñable sería la ventaja geopolítica de la propia UE al extender su espacio de acción, y así, reforzar su presencia en gran parte del territorio europeo, contando con estos 10 países más sin previa consulta entre sus respectivas ciudadanías.

Otro hecho destacable es el desconocimiento generalizado sobre la euroagenda política, en concreto en lo referente a la aprobación de una Constitución para Europa que articule los principios fundamentales de la Unión, sus competencias, sus instituciones y atribuciones, los derechos y libertades de la ciudadanía.., de más de 450 millones de habitantes, y condicionando cualquier decisión gubernamental estatal que pueda afectar a nuestras vidas cotidianas.

Este dato sobre la futura Constitución europea, quizás haya pasado inadvertido durante las campañas electorales protagonizadas por nuestros líderes partidistas, pues en el caso español, y teniendo en cuenta los mensajes transmitidos-recibidos al cuerpo electoral, se tenía la sensación que para unos era una especie de reválida electoral tras los resultados obtenidos el 14-M (elecciones generales), y para otros una revancha política ante el inesperado vuelco electoral producido en citada votación.

Finalmente, y así se deduce de los discursos escuchados después de conocerse el número de votos y de eurodiputados logrados por cada formación política, ¡todos hemos ganado! Contrario a este pensamiento interesado, considero que cuando se han alcanzado niveles de participación electoral tan escasamente representativos de la mayoría social europea, deberíamos reflexionar con tono autocrítico sobre lo acontecido, puesto que llegados a este momento, resulta una osadía definir el sentimiento de ciudadanía compartido --con independencia de la idiosincrasia, cultura y lengua de cada pueblo--, cuando en unos comicios similares no estamos suficientemente motivados para participar mediante nuestro voto en algo que supuestamente será trascendental para nuestro devenir comunitario.

Este balance electoral debe ponernos a todos --clase política y ciudadanía-- en situación de alerta, pues ante esta mínima proporción de electores europeos, se corre el riesgo de que aquel sueño romántico de la unidad de una Europa sin contornos y con un gobierno único competente sea del interés exclusivo de los nuevos mercaderes, es decir, de quienes sí les interesa tal integración para evitar cortapisas y costes en sus operaciones de movimiento de capitales y demás transacciones comerciales, más allá de sus propios límites domésticos.

De ser así, el euroescepticismo camparía por doquier haciendo de las suyas entre todos nosotros..., pudiendo reaparecer el fantasma de los nacionalismos rancios y excluyentes que tantos conflictos y desastres han originado en el viejo continente. Este sí sería un peligro que conviene estar preparados para prevenir y combatir ante ciertas manifestaciones que podemos ya observar en determinados panoramas políticos nacionales.

Lo dicho, el reto está ahí, y debe ser asumido con autoridad por parte de quienes configuren próximamente el Parlamento Europeo, para acercar y abrir las instituciones comunitarias a la participación activa de la ciudadanía, y de este modo caminar conjuntamente en la senda de una Europa más social, acorde a nuestros intereses, demandas y expectativas de futuro.

*Sociólogo