La muerte de tres prisioneros islamistas en la base de Guantánamo, que los responsables norteamericanos atribuyen a suicidios, no solo desató una nueva crisis internacional y las airadas protestas de los grupos de defensa de los derechos humanos, sino que vino a confirmar el abismo, que separa a Estados Unidos de Europa en lo que concierne a los medios expeditivos y preventivos utilizados en la llamada guerra global contra el terrorismo.

La mayoría de los aliados de la OTAN y la Unión Europea (UE) deploran la obstinación de Washington por mantener la prisión en una especie de limbo jurídico que vulnera tanto las convenciones de Ginebra sobre el trato de los prisioneros, como el derecho humanitario. Las oenegés norteamericanas comparan Guantánamo con los campos de concentración soviéticos (Gulag) y lo consideran un reducto del horror, en el que no se aplican la ley norteamericana ni el derecho de gentes. Gracias a la acción benemérita de las oenegés, el Tribunal Supremo de EEUU reconoció en junio del 2004 la competencia de los tribunales federales en el examen de las apelaciones de los prisioneros extranjeros, pero esta decisión no ha sido aplicada con diversos pretextos encubiertos por la seguridad nacional. El Gobierno de Bush alega en estos momentos que es preciso esperar una nueva decisión del Supremo sobre la legalidad de las comisiones militares previstas para juzgar a los prisioneros. Los casi 500 detenidos están situados al margen de las leyes por un Gobierno que no solo insiste en su estrategia de guerra preventiva, invocada poco después de los atentados de Nueva York y contra el Pentágono en el 2001, sino que utiliza otros métodos de dudosa legalidad o claramente ilegales para los que denomina combatientes enemigos, desde la tortura a las ejecuciones extrajudiciales, según las denuncias de Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la Unión Americana de Libertades Civiles, sin olvidar los traslados secretos organizados por la CIA con la connivencia vergonzante de algunos gobiernos europeos.

Esas actuaciones de guerra sucia, aunque aireadas por la prensa, despiertan escasa emoción en la opinión norteamericana e incluso en el Partido Demócrata, que prefiere callar a una controversia electoral en la que podría aparecer como defensor de los terroristas que constituyen la más terrible amenaza para la seguridad del país.

XUNA COMISIONx de la ONU, el Parlamento Europeo y la UE han solicitado la clausura de Guantánamo, pero las respuestas del Bush oscilan entre el desdén y la arrogancia, sin atender a las reflexiones sobre "el profundo perjuicio", según la expresión de The New York Times , que ese comportamiento inflige a la imagen norteamericanas en todo el mundo.

El alivio causado por la liquidación de Zarqaui , una de las cabezas más sanguinarias de la nebulosa terrorista, pronto se ha visto mitigado por el escándalo de los suicidios de Guantánamo y las dudas que emergen del intento unilateral y electoralista del Gobierno de Bush de promover una nueva estrategia para Irak, en la que el inicio de la retirada de tropas reaparece como una perspectiva, quizá para paliar el evidente declive del apoyo a la guerra.

No cabe duda de que los efectos del terrorismo islámico afectan a Europa incluso más que a EEUU, ya se trate del riesgo de atentados o de un probable infarto petrolífero, pero cuando la UE se erige en conciencia universal y denuncia el ultraje o los abusos en el trato de los prisioneros tropieza con el muro de incomprensión levantado por Washington, quizá porque el frente interior norteamericano, que resultó decisivo para precipitar el fin de la guerra de Vietnam, permanece indiferente o conmocionado por el recuerdo de los atentados del 11 de septiembre del 2001.

Las discrepancias a ambas orillas del Atlántico ya se manifestaron durante la guerra fría, aunque la OTAN fue el marco ineludible de una fuerte solidaridad estrictamente defensiva. Ahora como entonces, el intervencionismo estadounidense, ya se dirija contra el imperio del mal o contra el terrorismo, suscita reticencias y hasta revueltas en nombre de la soberanía o la libertad, o simplemente de la decencia, agudizadas por el viraje de la sociedad norteamericana tras el 11-S, la prédica neoconservadora y la presidencia de Bush. La última disputa se centra en la indignidad de Guantánamo.

No obstante, Europa y EEUU se unifican en el "Gran Satán" del imaginario islamista. Y para hacer frente a un enemigo escurridizo y a veces invisible, EEUU necesitará algo más que el patriotismo inducido de su opinión pública o la sumisión derivada de su abrumadora superioridad militar y tecnológica. Parece evidente que la lucha eficaz contra el terrorismo islamista, centrada en los servicios de información, progresaría mucho en el caso de un entendimiento transatlántico en cuanto a los principios y medios de combate. Washington no puede en solitario diseñar una estrategia y pedir a sus aliados que la sigan sin rechistar. Pero no es menos cierto que la revisión de la alianza resultaría onerosa, no suscita la unanimidad en Europa y, por ende, no se vislumbra en el horizonte.

*Periodista e historiador