Afirmaba la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, que el veto migratorio firmado esta semana por el presidente estadounidense Donald Trump «no es moral, no es justo, no es legal y no es útil». Cierto.

Pero sería conveniente que la jefa de la diplomacia europea, aprovechando que se encontraba con sus señorías parlamentarias en Bruselas, también enfrentara la situación a la que se puede ver abocada la Unión Europea en breves: la orfandad.

Una Unión Europea ya de por sí asolada por la eterna crisis económica y por el ascenso de una ultraderecha que amenaza con despedazarla y que ahora tiene que enfrentar la pérdida de interés de su principal impulsor, su artífice, y, afrontémoslo, también su protector y guía en el tablero internacional.

Porque al finalizar la II Guerra Mundial la administración estadounidense vio con claridad que ese continente derruido podría ser levantado de nuevo, unirse y convertirse en su principal socio político y económico. Así ha sido hasta hoy.

Ahora, Europa ve cómo su padrino fiable, al que siempre ha mirado de reojo como un niño que pide permiso para actuar, se ha convertido en una figura impredecible, de verborrea fácil y rumbo desconocido.

Resulta que Rusia, el peor enemigo, se ha convertido en aliada del padrino de la noche a la mañana, mientras que la también vecina Turquía va dando pasos lentos pero firmes hacia un sultanato del siglo XXI. Con el Reino Unido haciendo las maletas, una Francia en lucha política interna y una España e Italia ausentes en asuntos exteriores el único liderazgo que le queda a la Unión, por el momento, es el de Angela Merkel. Y eso ya dice bastante.

También es importante recordar aquel refrán que habla de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Porque la Unión Europea también ha levantado muros, quizás no tan evidentes pero igual de efectivos y deshumanos. Del mismo modo ha venido permitiendo que el Mediterráneo se convierta en una gran fosa común por años, con más palabras de lamento que acciones reales.

Los exabruptos y las medidas extremas provocan un daño irreparable. Lo mismo que la hipocresía y el inmovilismo. * Periodista.