Si algo han demostrado los últimos resultados en consultas y comicios a lo largo y ancho del planeta, es que ha renacido un orgullo claro en forma de «derecho de decidir». Hemos redefinido nuestro concepto de libertad (y me sabrán perdonar) al modo de rebeldía adolescente. La opción que más nos atraía era siempre la contraria a aquella que se asemejaba a una imposición y que se vendía con la denostada bandera del «sentido común». Nos hemos revuelto contra el «padre», implique eso lo que implique. Y dejando a Freud y Jung (muy) aparte. La soberanía individual y colectiva como artículo inspiracional.

Claro que nunca podrá ser causa única (en la vida, pocas situaciones lo son), pero detrás de los recientes triunfos del brexit o de Trump en Estados Unidos, o de los más alejados en tiempo, pero igualmente coetáneos, como las subidas de Syriza, Le Pen o, sin ir más lejos, Podemos, está esa sensación de recuperación, de justa devolución de lo que nunca debimos soltar. Pareciera como si hubiera existido un consenso tácito, casi involuntario, desganado, en entregar nuestro destino a unas élites, que descubrimos que han decidido engañarnos. Y por eso exigimos la devolución. Seguro que no se les escapa que los matices en ese razonamiento tienen más aristas de lo cabría pensar.

Los lenguajes de esas campañas -de todas las mencionadas- tienen demasiados puntos en común como para creer que son meras coincidencias anecdóticas. Teniendo en cuenta además que muchos de los movimientos políticos mencionados se situarían entre ellos justamente en las antípodas, lo cual llama mucho más la atención.

¿Qué les provoca más inquietud y miedo en una película de terror? ¿Esos momentos en los que la presencia del mal se siente, se huele, pero no sabemos cómo, cuándo y qué saldrá? ¿O cuando el monstruo ya ha revelado su faz? ¿Verdad que la primera? Entiendo que comparten esta apreciación porque en realidad es algo más que humano: la incertidumbre nos genera pavor, nos barre el suelo bajo nuestros pies. El miedo es un potente desactivador. Sumemos además que los monstruos, una vez desvelados, ni asustan tanto ni están bien hechos…

Que el miedo es un motivador negativo, que nubla otra percepciones, lo saben todos aquellos que construyen sus campañas de ese modo. No proponiendo, sino «contra algo». Y si es grande, indefinido, un ente que suena temible pero sin incorporación, mejor. Así funciona mejor el susto. Digo, el voto.

Nuestra Europa, la Unión Europea de hoy, cumple todos esos requisitos. Por eso es blanco fácil de movimientos que quieren cerrar fronteras, poner barreras en la tierra y candados en las mentes. La apelación a la soberanía es la misma que al caudillismo, pero la letra (por ahora) suena distinta. También hay que decir que Europa se ha ganado a pulso su condición de sospechoso habitual. La imagen de unas élites políticas desconectadas y perdidas en negociaciones bajo la mesa, la tardía y errónea reacción a los albores de la crisis y la sensación de una aplastante burocracia que nos impide actuar facilitan la calificación de problema más que de solución.

De ahí las interferencias al proyecto común de Europa. El brexit se originó en las ineficiencias de Bruselas y de una política de fronteras abiertas que chocaba con la «soberanía» británica. El flamante «Mr. President» Trump no ha dudado en cargar contra una UE que considera acabada. Y en el Foro de Davos nos desayunamos con críticas a un proyecto europeo que se aleja de la realidad y que se convierte en una carga para sus ciudadanos.

Pero que no nos confundan estas interferencias: la construcción de la Europa unida ha sido uno de los grandes éxitos políticos del pasado reciente. La debilidad de nuestra alianza propiciada desde fuera debe ser la mayor llamada de atención.

Recuperemos la soberanía. Pero no esa que aspira al cierre, sino desde la perspectiva de afrontar los retos de Europa: mayor transparencia en las instituciones, explicar mejor económicamente cómo debe afrontar su futuro Europa, seguir en la senda de la defensa de la competencia y en la mejora de las condiciones de los consumidores. Fortalecer nuestra respuesta militar y plantear una política exterior común, que lleve el mensaje de creencia en la libertad en las que se funda Europa.

Las interferencias, al final, son sólo eso: mensajes que no terminan de llegar.

*Abogado. Especialista en finanzas.