La guerra comercial iniciada por Trump con la implantación de aranceles a las importaciones del acero y aluminio va a permitir a Europa dar la verdadera medida de su capacidad de reacción. Pero me temo que con comisarios de comercio como la sueca Cecilia Malmström, que ya demostró su incompetencia en la negociación del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), poco cabe esperar. La amenaza de denunciar a Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio no deja de ser el anuncio de utilizar salvas de artificio en un combate real, tan inocuo como inútil.

El pasado año celebramos con toda pompa el 60 aniversario de la fundación de la Unión Europea, y el 9 de mayo hemos recordado, como cada año, el Día de Europa. Pero si analizamos su presente, llegaremos a la conclusión de que la UE ha perdido su rol de potencia estratégica mundial.

El modelo neoliberal incorporado a los tratados europeos y la práctica comunitaria de aplicar con decisión únicamente las políticas monetarias está debilitando el poder de los Estados miembros. La consecuencia es clara: los gobiernos europeos sufren una gran sumisión y dependencia de los mercados globalizados. La alta abstención registrada en los últimos comicios al Parlamento europeo debió servir de toque de atención a los dirigentes. Pero la orfandad de líderes que sufrimos impidió que este hecho pasara a considerarse relevante en Bruselas.

Este club económico en que se ha convertido la UE hace que los europeos se sientan insatisfechos con sus políticas, máxime cuando las expectativas no mejoran. Y, entre tanto descontento, crecen los populismos de ambos signos. Los órganos de la UE interpretaron que el euroescepticismo era una consecuencia pasajera de la crisis económica. Pero estamos superando la crisis económica y, sin embargo, la tasa de crecimiento no repunta y el desempleo se ha convertido en una lacra social en los países del sur. Con este panorama es lógico que el Reino Unido haya preferido marcharse y que cada Estado europeo anteponga sus propios intereses a los de la Unión.

La democracia es un proyecto de valores. Algunos piensan que la unidad de nuestro continente es un proceso irreversible, pero todo puede cambiar. Podemos estar asistiendo al declive de esta unión continental. Si el proyecto no da más de sí, si no seguimos avanzando, la idea de una Europa social y unida puede resultar una quimera. Está claro que los nacionalismos y populismos están perturbando el sentimiento de europeidad.

Europa no ha sabido reaccionar al triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. El hipernacionalismo del presidente americano está poniendo al descubierto que solo le interesa Europa -o cualquier otro país- cuando la alianza le beneficia. La guerra comercial en que podemos sumergirnos, derivada de las restricciones a las importaciones del acero y el aluminio, no hace prever nada halagüeño. Europa, por razones obvias, tampoco puede tender demasiados puentes con Rusia. En pocas palabras, todo parece indicar que en un futuro inmediato estaremos al margen de las decisiones que puedan tomar Estados Unidos, Reino Unido y Rusia. Y ya sabemos que los gigantes económicos asiáticos giran en otra órbita.

En este mar confuso que navegamos, pilotada la nave por la mediocridad de los actuales líderes europeos, el presidente francés Macron parece ser el único dirigente que quiere mantener firme el rumbo hacia una Europa unida. Sin embargo, al no tener el respaldo de un partido tradicional, no conocemos su verdadera ideología, ni si el movimiento transversal que lo aupó a la presidencia va a seguir apoyándolo durante mucho tiempo. Hay que tener en cuenta que su victoria, más que a un programa electoral concreto, se debió a la necesidad de impedir el gobierno de la extrema derecha en Francia.

En el plano interno, la construcción de Europa está en crisis; la Unión Europea no sabe (no quiere) defender a España del neofacismo que se está implantando en Cataluña. En el ámbito internacional, Trump nos ningunea; con Rusia tenemos problemas por querer contentar a Trump; Reino Unido se va; Turquía, tras las negativas europeas, está explorando nuevas alianzas. Y el extremo Oriente va a lo suyo. ¡Pero qué sola está Europa!