Un español residente en Londres tuvo la valentía de enfrentarse el pasado sábado a uno de los terroristas del Puente de Londres mientras este apuñalaba a una pobre mujer. Mientras escribo estas líneas (martes por la mañana), Ignacio, pues ese es su nombre, sigue desaparecido. Lo han buscado en hospitales y se cree, en el mejor de los casos, que pueda estar herido y sedado. El hecho de que no llevara documentación cuando ocurrió la masacre y el hermetismo de la Policía británica tampoco ayudan mucho.

La historia de este joven, en su lucha puntual contra el terrorismo, resulta una triste metáfora de la propia Europa, una Europa desaparecida y tal vez sedada que no acaba de encontrar el método para acabar con el yihadismo, una Europa a la que dejan tirada en el suelo, cada poco tiempo, en el puente de la impotencia.

Theresa May ha prometido endurecer las medidas contra el terrorismo. No sabemos si lo hace porque está en plena campaña electoral o si porque teme que la sangre de las víctimas pueda ensuciar sus zapatos.

Europa sigue sedada. Cualquier intento serio de frenar el terrorismo de manera global acaba chocando con un muro. La pérdida de libertades y la posible acusación de islamofobia impiden que políticos acomplejados pongan en funcionamiento medidas efectivas. Mientras cale el discurso del tonto útil Jeremy Corbyn, que reparte responsabilidades en la autoría de los ataques, no hay nada que hacer.

La inmensa mayoría de los musulmanes son personas de bien. Precisamente, la mejor forma de defender sus derechos es asfixiar a los que han hecho del asesinato su pulsión de vida. El odio a nuestra civilización se propaga día a día en algunas mezquitas europeas, en la Red, en oscuros centros de reunión. Ahí es donde deben fumigar para evitar los asesinatos.

Europa ha de abandonar la sedación y la equidistancia y decidir si quiere levantar cabeza o hundirla para siempre.

*Escritor.