XExl avance de un glaciar es lento, imperceptible, y se cuenta por siglos su penetración en tierras secas. Europa es una idea que empezó hace, también, muchos siglos y que constituye la esperanza de millones de personas que consideran que este viejo continente tiene nexos comunes para seguir influyendo en el resto del mundo a través de su cultura, de sus culturas, de su pluralidad y diversidad.

Mayo no ha sido la meta sino la fecha inicial prevista para que la UE vea incrementado el número de sus países miembros. Diez naciones han sido llamadas a formar parte de la Europa comunitaria; que recibieron, meses atrás, el plácet para integrarse en el más ambicioso y esperanzador proyecto que nunca tuvo el Viejo Continente de cara a afrontar el reto de la modernidad. Si todo discurre con la normalidad deseada, una nueva geopolítica hará de Europa la potente voz que corresponde a nuestra ancestral cultura.

Esta es la visión optimista del futuro, la que hay que mantener y luchar porque se imponga. Pero hay que contrarrestarla con el imprescindible pragmatismo de la realidad diaria. Y estamos ante unas inminentes elecciones para designar nuestros representantes en Bruselas. España pasa por ser uno de los países más europeístas del momento. Puede ser un acto reflejo en defensa del pasado o la manifestación de una voluntad colectiva de superación. Es lo mismo. El caso es que nos enfrentamos a un reto de incierto y desafiante futuro, con incógnitas que pueden desembocar en soluciones negativas para nuestro devenir, mirando desde este Guadiana adormecido hacia el dinamismo de la tremenda competitividad que se avecina. Los agoreros ensombrecen la perspectiva con el anuncio del fin de las ayudas, los planes de cohesión, el reconocimiento de un atraso, de una pobreza. No hace mucho escribimos, ante la política agraria (con incidencia especial en el tabaco, el aceite y, menos, el algodón) y la velada advertencia de que deberíamos levantar la mirada de nuestro egoísta agujero particular para ver el bosque de los países subdesarrollados y productores de materias primas de forma emergente, y más baratas, como Latinoamérica, zonas de Africa y Asia, etcétera. Y es que cuando hablamos de solidaridad el concepto se extiende, o deja de ser tal. En muchas ocasiones se ha acusado a esta nueva concepción europea de ser la de los mercaderes. Hay que luchar contra ello. La economía es un instrumento, un medio y no un fin. El objetivo fundamental debe de ser la solidaridad entre todos los ciudadanos, sin distinciones.

Debemos tener confianza en el futuro a través de nuestras fuerzas y del camino recorrido. Es cierto que existen problemas que se deben afrontar en las distintas sociedades, tanto en el terreno económico como en el político, de los diferentes estados que han pasado a formar parte en la construcción de la nueva UE. Porque, en definitiva, seguimos hablando de Europa, del crisol de culturas, del continente que alumbró las libertades e inspiró las constituciones del mundo más abiertas y progresistas. Las que deben tener futuro para que vivamos en paz, libertad y bienestar. Y, por primera vez en muchos siglos, puedan cicatrizarse para siempre las heridas de guerras intestinas que asolaron a las poblaciones, con sus viejos conflictos de incomprensiones y enemistades.

Más que un reto, es una exigencia. El mundo se ha tornado cada vez más competitivo. Aparte de los nuevos mercados, de las tecnologías en vertiginoso avance, lejos de llegar a la concordia en la búsqueda de soluciones para los millones de personas que pueblan este hermoso planeta, comprobamos cómo la inseguridad y el terrorismo surgen por doquier. Una Europa unida, fuerte, que pueda coliderar el mundo, garantizaría el avance en el bienestar y en la paz.

Estamos inmersos en la elaboración de una Constitución Europea que nace de la voluntad de los ciudadanos y de los estados. Pero mientras adivinamos --y nos arriesgamos en construir la utopía del futuro-- trabajamos por dar respuestas al día a día, llámense pensiones o estado del bienestar, como, sobre todo, abrir nuevas vías de entendimiento para que otros puedan transitar sin excesivos conflictos. Porque de eso se trata, en adivinar y posibilitar el futuro, en que desde el Parlamento ubicado en Bruselas tengan la clarividencia de señalar a los respectivos estados que forman la UE de que las leyes que aprueben sus respectivos Parlamentos tendrán que afrontar retos y solucionar problemas para dentro de treinta o cuarenta años. Por eso son tan importantes estas elecciones europeas de junio.

*Periodista