Dos semanas después de las elecciones vascas, las incógnitas sobre la gobernabilidad en Euskadi se van despejando, más por la vía de lo que ya sabemos que no va a ocurrir que por la fragua de un desenlace concreto. Y lo que no va a ocurrir es que Juan José Ibarretxe vuelva a ser investido lendakari. El PNV, como correspondía a la formación política que ganó las elecciones --tuvo más escaños que nadie--, inició los contactos con el resto de los partidos. Pero fue un puro formalismo, como se intuyó la noche electoral cuando se supo que las fuerzas que apoyaban la coalición tripartita que ha gobernado el País Vasco en las dos últimas legislaturas carecían de mayoría suficiente.

La segunda posibilidad que también podemos descartar es que el PNV siga gobernando en coalición con el Partido Socialista de Euskadi. Tal esquema era teóricamente posible. Al fin y al cabo, se trataba de que el segundo partido compartiera el Gabinete con el primero en un momento de grave crisis económica. Y, de paso, se daría estabilidad al Gobierno español, necesitado de votos en el Congreso de los Diputados. Pero la coalición PNV-PSE quedó desechada desde el primer momento. Hay que agradecer a los socialistas vascos que no marearan la perdiz. Patxi López no pactará con el lendakari que impulsó el acuerdo de Lizarra y los dos planes soberanistas, que partieron en dos al País Vasco.

Y el tercer descarte, conocido el jueves, es la coalición PSE-PP. Los socialistas aspiran a gobernar con el apoyo del PP, pero sin que haya consejeros populares. Aquí va a radicar desde hoy el tira y afloja. El PP trata de marcar perfil y no dará gratis el apoyo a López. Reclama un pacto escrito que consagre un viraje en materias tan delicadas como la política lingüística. El pacto tendrá un coste para los socialistas y lo que está por ver es si el precio que tendrán que pagar será demasiado alto.

Ante este panorama, el Partido Nacionalista Vasco sigue reaccionando con escaso realismo. Este diario publicaba ayer que la dirección de los nacionalistas trató de negociar directamente con Zapatero un acuerdos transversal para Madrid y para Vitoria. El presidente español contestó con un no, lo cual le honra, y el todavía lendakari, enfurruñado, proclamó que el PNV seguirá, pase lo que pase, "dirigiendo el país". Es decir, los nacionalistas se ven a sí mismos más como un movimiento --social, cultural, económico-- que como un partido. Harían bien sus líderes en consultar en Catalunya a quienes creyeron lo mismo.