TEtl último caso de eutanasia conocido ha dividido Italia. Con el Vaticano a la cabeza, se han dejado oír muchas voces condenando la eutanasia como práctica que --según su decir-- atentaría contra la dignidad de los seres humanos. Por paradójico que pueda sonar, dignidad es, también, el término más utilizado por los defensores de esta práctica que, a la postre --argumentan--, lo que persigue es precisamente propiciar una muerte digna a personas que por su incapacidad física han visto reducida su vida a una presencia meramente vegetal.

En España, cuando se presentó el caso de José Luis Sanpedro pudimos observar que también hubo una polarización de opiniones. A un lado los conservadores (más activos los confesionales), a otro la izquierda o el centro izquierda --más habladores los políticos que los filósofos o los moralistas, por cierto-- sin olvidar lo dispuesto por las leyes --que al día de la fecha consideran que la eutanasia es un delito--, tengo para mí que el dilema que plantea esta práctica no debería sustanciarse en términos de ideario político o de credo religioso. Es lógico que el Estado, a través de las normas, haya definido un ámbito de responsabilidad tomando fuertes cautelas frente a posibles derivas criminales: desde prácticas totalitarias como las llevadas cabo en su día por los nazis en Alemania o en la Suecia de los años treinta, a casos particulares relacionados con expectativas de herencias o litigios familiares.

El asunto tiene unas connotaciones tan específicas que, a mi modo de ver, debería primar la voluntad del enfermo. Con todas las garantías médicas y notariales que fueren menester, pero sin olvidar nunca que la última voluntad de un ser humano --aunque consista en abandonar la vida--, por paradójico que parezca, es un acto de libertad.

*Periodista