Recuerdo con nostalgia, mi época de internado en la Laboral de Gijón, las conversaciones que un grupo de adolescentes teníamos con un cura, el padre José Bárcena , asturiano comprometido con los más débiles y con las gentes más necesitadas, que a finales de los 80 no eran otros sino los obreros de los astilleros o los propios mineros, cuyos hijos también tuve la ocasión de conocer compartiendo con ellos reivindicaciones y desahogos. Nuestro buen amigo, según me dijeron ya fallecido, nos hablaba de la Teología de la Liberación, de luchas y de injusticias sociales, de Oscar Romero , de Camilo Torres y de otros religiosos que inspirados e impulsados por esos ideales se destacaron por apostar por los más débiles como excusa de evangelización.

Es posible que aquella época incluso marcase el destino de aquellos jóvenes, al menos en su manera de concebir las relaciones entre Iglesia y Sociedad, e incluso potenciase --aunque pudiera parecer lo contrario-- las creencias y la fe que en muchos de ellos sigue viva. Quizá como homenaje a aquel hombre y a su particular forma de ver las cosas, quienes pensamos que la Iglesia debe estar cerca de los débiles, de los más necesitados, de quienes necesitan el amor más que nadie, no podemos permanecer de brazos cruzados ante situaciones como la que estos días se vive en la parroquia madrileña de San Carlos Borromeo, clausurada por un cardenal que dice que las formas no cumplen con los requisitos establecidos, independientemente de que el objetivo de la evangelización se cumpla con creces. Son alguno de los argumentos que quienes de algún modo se sienten integrantes y miembros de la Iglesia, no pueden bajo ningún concepto compartir, puesto que no es eso precisamente lo que Jesús de Nazaret nos enseña y se narra en los Evangelios.

¿Acaso los valores que se promulgan por estos tres sacerdotes, Enrique, Pepe y Javier , no son precisamente los que más escasean en la sociedad? Estamos llegando a límites exagerados, que rozan lo absurdo, jugando con el futuro de una Iglesia que, al menos en vertiente seglar, condena mayoritariamente las actuaciones del Arzobispado de Madrid, y que se resiste a admitir lo que consideran un error mayúsculo, reconocido por propios y extraños, y que no conduce en absoluto hacia el camino de la solidaridad.