La visita oficial que el presidente de Bolivia, Evo Morales, desarrolla ayer y hoy en Madrid tuvo el domingo un singular preámbulo en forma de acto político en la Leganés, con miles de ciudadanos de ese país que viven en España. Es frecuente que los jefes de Estado o primeros ministros se reúnan con una representación de sus nacionales emigrados cuando visitan otra nación, pero es excepcional que ese encuentro tenga las características de un mitin. Lo asombroso, sin embargo, fue que Morales usase esa tribuna para criticar abiertamente la política de inmigración del país que lo recibe. El mandatario indigenista, fiel a sus obsesiones, no dudó en contraponer la llegada a Bolivia de "los españoles" -se supone que se refería a los conquistadores del siglo XVI- a la de los inmigrantes bolivianos a la España de hoy.

Tiene razón Morales cuando dice que no se puede llamar ilegales a los inmigrantes que no tienen papeles -es ilegal ese tipo de inmigración, no la persona que la protagoniza, distinción que las autoridades españolas aplican-, pero incurre en el populismo más mostrenco al asegurar que "todos tenemos derecho a vivir en cualquier parte del mundo". El hecho de que en diciembre haya elecciones presidenciales en Bolivia no permite a quien aspira a ganarlas de nuevo el recurso a una demagogia tan fácil y tosca.

La inmigración es un fenómeno demasiado complejo como para que un jefe de Estado lo despache así. Y menos si uno de los objetivos de la visita al país cuya política critica es que le condone deuda por valor de 70 millones de euros.