Profesor

Para que algún alumno suspenda es necesario que haga muchos méritos. En los últimos años, cientos de leyes, circulares, disposiciones y consejos han puesto las bases para que tal desmán casi desaparezca de nuestras aulas. Una vez que se prohibió suspender por no conocer la desembocadura del Tajo, la capital de Suiza, la obra de Lope de Vega o el área del trapecio se podría pensar que aún había causas de suspenso. ¿Será motivo suficiente no saber redactar? No, porque en ese caso solamente aprobarían cuatro. ¿Acaso se debe suspender por no saber leer? Ni hablar, porque tan solo tres superarían el curso. ¿Quizás el suspenso se conseguirá por no tener hábitos de estudio, amor al esfuerzo y espíritu de sacrificio? ¡Vade retro! Tales virtudes deben ser reprobadas y alejadas de la enseñanza, que como se sabe ha de ser poca y divertida.

No obstante hay alumnos que superan tanto inconveniente y consiguen ganarse un suspenso. Bueno, pues en lugar de hacerles un homenaje les ponen un examen. A los de primero y segundo de bachillerato se lo colocan en septiembre, que ya son ganas de fastidiar a toda la familia el veraneo. A los de ESO se lo ponen en el mismo junio. Es decir, que obtienen los resultados de fin de curso hacia el veinte de junio y, si suspenden, antes del treinta del mismo mes ya se han examinado otra vez. Eso es tener confianza en las capacidades del alumnado y lo demás es cuento. Porque lo que están diciendo es que aunque en nueve meses no hayan conseguido aprobar, a pesar de contar con la ayuda diaria del profesorado, lo harán una semana después ellos solitos. ¡Qué sorprendentes son nuestras autoridades educativas! Mira que parecía imposible superar las barbaridades a las que uno ha tenido que adaptarse a lo largo de tantos años. Pues siempre hay ministerios y consejerías de educación que las superan. No sé yo si esta necedad se le habrá ocurrido a solo uno de los barandas o dada su categoría habrá sido necesario que se reúnan todos.

Si ya es un fraude y una incongruencia que pasen el curso a pesar de no haberlo superado, no en menor medida falsearán la realidad de los conocimientos de nuestros alumnos estos exámenes. De manera que es necesario entrar en sospechas. Puesto que tal barbaridad no se deducirá de ninguna doctrina sicopedagógica por muy perversa que sea y puesto que el grado de estupidez de nuestros gobernantes no debe ser tan grande, ¿no será que se pretende acabar con el fracaso escolar por las bravas? ¿Acaso es una bajada de pantalones, otra, para calmar las frustraciones de algunos padres? Los exámenes de septiembre no son la panacea pues, como muy bien sabe cualquier profesor, la mayoría de los alumnos saben menos en septiembre que en junio. Otra cosa es que la magnanimidad magisterial y quizás el deseo de perderle de vista hinche las notas. Y si eso sucede tras dos meses, imagínense lo que sucederá tras seis días.

Probablemente sería conveniente que desaparecieran las máscaras y por lo tanto al hacer la matrícula el alumno debería recibir, junto al justificante de estar matriculado, las notas de fin de curso. Altas, naturalmente. Así se evitarían problemas, traumas, saldríamos de engaños y las autoridades educativas no perderían prestigio profesional e intelectual ni serían objeto de chanza, mofa y befa en los claustros.