El anuncio del compromiso matrimonial del príncipe Felipe ha creado un coro de opiniones favorables en los medios de comunicación españoles. En general, se considera un acierto que la Casa Real haya aceptado la elección y que el heredero de la Corona, en vez de seguir el guión teóricamente preestablecido de escoger a una aristócrata, se haya enamorado de una mujer de clase media, profesional y representativa de muchas españolas modernas.

Sin embargo, en un exceso de pleitesía, muchos informativos de TV, así como portadas y comentarios editoriales de diarios, han escondido al máximo, por sus propios prejuicios, algo que los Reyes han asumido: que la futura reina está divorciada. Que en España decline la estrechez, y que la condición de divorciada no sea impedimento para convertirse en reina, es una buena noticia. Al menos para cuantos creen que la actuación de una monarquía democrática no debe estar subordinada a anatemas sobre los comportamientos si la institución debe representar a todos los españoles. Por eso se han hecho eco con más claridad de ese antecedente del divorcio las portadas y las opiniones editoriales de la prensa del resto del mundo que determinadas cabeceras de aquí.