Isidoro Reguera es uno de esos extremeños militantes no nacidos en nuestra tierra. El filósofo, profesor y traductor no deja nunca de hacer referencia a su universidad en sus muchas actividades intelectuales en el resto de España y en Europa, especialmente en Alemania. Ha participado, con la independencia de criterio que le caracteriza, en cuantos proyectos públicos se le han propuesto desde las instituciones. Y ha hecho de embajador de la región y de anfitrión en ella de sus muchos y selectos amigos. El pasado sábado publicaba en Babelia, el suplemento cultural de El País en el que colabora ocasionalmente como analista de textos de pensamiento, un sucinto pero sugerente texto expresivo de, al menos, dos de sus preferencias conocidas, el filósofo Peter Sloterdijk y nuestra tierra. En él relata una reciente presencia del influyente pensador alemán en esta región en el marco de una colaboración con la Fundación Ortega Muñoz. Pero en realidad lo que hace el profesor Reguera es usar esa notoria excusa para decirnos lo que Sloterdijk debería pensar de nosotros tras su visita. De un modo sutil y profundo nos dibujan ambos como un trasunto de lo que podría ser Europa, un imperio de escala humana, una sociedad que precisamente por preservar su relación con el medio (esos "cerdos felices" pastando en las dehesas y no en granjas) parece poder proyectarse como un modelo para escalas mayores. Algo, por cierto, en lo que insistió estos días el sociólogo Alain Touraine al referirse a Extremadura como un espacio público en el que los conceptos del compromiso, la responsabilidad y la acción están en primera línea, mientras parecen retroceder en otros ámbitos supuestamente más avanzados. Menos mal que alguien nos habla de nosotros desde fuera con más confianza y seguridad de la que mostramos nosotros mismos habitualmente. Y menos mal que el profesor Reguera sigue resistiéndose a encerrarse en su torre de marfil académica.

*Portavoz del grupo parlamentariosocialista de la Asamblea de Extremadura.