Lo vi una vez, y estreché su mano, al cabo de una conferencia que dio en una sala de Los Barruecos, ahí en Malpartida. De esto hace ya la intemerata de años. Mucho antes de que llegara a las elevadísimas cimas de fama y gloria con que ahora nos ha dejado. Lo primero que leí de él fue Las nubes , y luego unos cuantos títulos más, incluyendo ese poema trágico que es Mortal y rosa . Y desde hace muchos años, los artículos de El Mundo , naturalmente.

Hace también algunos, años no me quedó más remedio que separar su prosa ubérrima, de inigualable estilo innovador, de su figura humana y pública. No quisiera opinar más que con sordina, porque don Paco Umbral , el hombre, me ha repateado siempre el ánimo. Que el Señor me perdone, pero hay que ver qué mal me caía ese señor de gesto hierático y actitudes incomprensibles para mí.

No le echo culpa ninguna. Tal vez sea mía, en parte. Uno ha nacido en un pueblito y allí pasó su infancia. El que lo es, aun trasladado a la urbe, sabe cómo marca esa circunstancia. Y nada es para uno más amado que la infancia, que es la verdadera patria. Al cabo, uno es un pueblerino, en el sentido positivo del término, que ignoran los urbanitas, y pulimentado de conocimientos en las aulas de las urbes.

Umbral siempre ofendía a los que somos de pueblo. Paletos, catetos y demás denostaciones. Tal vez por eso le largó, a pesar del afecto mutuo, algunos trallazos de refilón a la obra rural del maestro Delibes ; que por cierto es mucho más vallisoletano que él, que lo fue de acogida. Y uno, ya saben, es delibeniano perdido.

XESA ACTITUDx hostil, pedantesca y altiva de Umbral respecto al mundo rural nunca pude separarla de su asombroso talento literario y, por consiguiente, mi aprecio, en conjunto, se diluye en una diatriba interna y personal de dos clarísimos componentes: El prosista brillante y el grosero señor de gesto impasible, que salía en la televisión largando extemporaneidades ofensivas sin ton ni son.

A Umbral le interesaba el individuo (las negritas), la ciudad (Madrid) y todo lo político y social, y literario, de esta España que se resiste al descuartizamiento. Ahí ha sido, y será para siempre, un maestro genial de la prosa diaria y actualísima. El número uno, dicen algunos; bueno, tal vez, no es fácil, casi ni apropiado, hacer una clasificación de prosistas. Particularmente cada cual dará su opinión y luego todo irá por gustos. Yo admiro al Umbral de la expresión, pero nada al del contenido.

Porque precisamente ahí está el quid de este asunto. Uno, rural, agreste, silvestre, campestre y montesino, no encuentra su elemento en la obra de Umbral sino en vaguísimas pinceladas, vamos, casi en ninguna. No se oye el viento ni pasa el agua racheada de la llovizna, no aprieta el chajuán ni se mueven tomillos ni retamas, no se siente el latido de la tierra ni a lo lejos ronca el gamo, no escorza el gazapo ni titea el perdigón, en fin, que no.

¿Otros aspectos de su obra? Mejor no tocarlos. Una fantástica cascada de vocabulario que, con eso sólo, sobraría para encumbrarlo a la gloria, unos encuentros léxicos asombrosos y un estilo grácil, ameno e inimitable. Bien, ideológicamente, ya digo, no meneallo. Y como de lo dicho anteriormente muy poco o casi nada, total que Dios te pague el grandísimo placer que nos has proporcionado a todos los que amamos a esta lengua española con pasión y frucción, y te perdone las muchas ofensas que hiciste a tu prójimo y el olvido en que dejaste al murmullo del venero en el ribazo y al del céfiro de otoño en los raspiles de las crestas. Vaya usted con Dios, don Paco.

*Escritor