WEwl presidente de EEUU, George Bush, podrá presumir de su segundo éxito político en tres meses. Primero fue su reelección. Ahora, que los comicios en Irak hayan podido desarrollarse, y con una participación remarcable. Pero la verdadera victoria, de la que cualquier demócrata se debería felicitar, es de los iraquís, que han decidido tomar las riendas de su futuro. Y está por ver si este acto de soberanía confirma la política de Bush o entra en contradicción con ella.

Ha habido una participación masiva de kurdos y shiís, decididos a conquistar el poder del que estuvieron excluidos con Sadam. Pero los sunís no han acudido a las urnas, por convicción o temor de las acciones terroristas que no dejan de sembrar las calles de muertos. Ahora, el nuevo Gobierno tendrá que garantizar la seguridad al tiempo que reclama la retirada de las tropas ocupantes y recupera la soberanía sobre los recursos naturales del país. Y el nuevo Parlamento deberá elaborar una Constitución que satisfaga a shiís, kurdos y sunís. Con estos elementos, el peligro de una guerra civil no ha sido conjurado. Y tampoco se han corregido ni la ilegitimidad de la invasión de Irak ni los errores que han convertido la ocupación en un fiasco.