La endogamia, esto es, según el DRAE, la «actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución», resulta, obvio es decirlo, uno de los vicios más extendidos y nocivos para el desarrollo de nuestra región.

Lo opuesto sería la exogamia, es decir, el «cruzamiento entre individuos de distinta raza, comunidad o población, que conduce a una descendencia cada vez más heterogénea», práctica que da título al último poemario de Ángel Cerviño (Lugo, 1956), publicado por las Ediciones Liliputienses, que dirigen el cacereño José María Cumbreño.

El autor tenía ya una consolidada trayectoria como artista visual cuando en 2009 obtuvo el Premio Ciudad de Mérida por su primer poemario, El ave fénix solo caga canela, provocador título que partía de una frase de Jacques Lacan, continuado por su fascinante ¿Por qué hay poemas y no más bien nada? (2013) cuyo título a su vez remite a la célebre formulación de Heidegger, heredada a su vez de Leibniz y antes de Parménides.

Hace unos días la poeta Olvido García Valdés protestaba contra la discriminación que, a su entender, practican los filósofos respecto a los «poetas filosóficos», a los que consideran dignos de estudio, como Hölderlin o Celan, y el resto de poetas, a los que desdeñan con una prepotencia que la subleva.

Medio en broma, le dije que parecía que quería que se ocuparan también de ella. Lo negó, pero era evidente que de ahí provenía su enojo.

Por su parte, Cerviño lo que hace es cambiar las reglas del juego: es él, el poeta, quien enfrenta su libérrima palabra con los discursos filosóficos: cada poema de Exogamia viene encabezado por una cita ajena, que pone en marcha la cabalgada lírica del gallego. Como explica al final del libro, lo que quiso es «enfrentar sobre el espejo de la página dos modalidades bien diferentes de Verdad, dos sistemas quizá antagónicos de credibilidad: el afán especulativo del ensayo científico y el merodeo canoro de la escritura poética».

Esa escritura silvestre de Cerviño crece frondosa a partir de las juiciosas sentencias de Freud o Zizek, Sánchez Ferlosio o María Zambrano, desvelando ramas, esquejes o injertos posibles en sistemas teóricos muy dispares.

El libro es un canto también a lo inacabado: algunos poemas contienen notas a pie de página (una práctica también habitual en la poesía del cacereño Julio César Galán) que enuncian imágenes «desestimadas en sucesivas correcciones» y que sin embargo se nos muestran tan válidas como las otras. Todo ello en un gozoso aquelarre léxico que sorprende en cada lectura. Y es que, como se dice hacia el final del libro: «Todo poema abre un paréntesis, los mejores se olvidan de cerrarlo».