Lejos de remitir, la epidemia de ébola declarada a principios de este año en Guinea Conakry ha aumentado de gravedad en los últimos días y acumula ya 1.552 víctimas mortales en los cuatro países de Africa en los que el virus está presente. El millar y medio de fallecidos era la previsión menos alarmista de los expertos para este brote, y el hecho de que se haya sobrepasado ese umbral es tan inquietante como que el 40% de los más de 3.000 infectados censados hayan contraído la enfermedad en las últimas tres semanas, lo que lleva a la Organización Mundial de la Salud a hablar de expansión "acelerada" de la fiebre hemorrágica.

La propia OMS teme que en los próximos meses el ébola afecte a 20.000 personas, y si el índice de mortalidad permanece en torno al 50%, eso significará unos 10.000 fallecidos. Aunque es una simple hipótesis, se trata de una cifra absolutamente dramática, escalofriante. De momento, los ciudadanos de Occidente siguen a salvo de los efectos directos de esta tragedia porque no se ha detectado ningún caso (el posible nuevo portador de Barcelona ha dado negativo), pero no pueden ser ajenos a ella. En primer lugar, porque aunque los expertos reiteran que para la transmisión del ébola deben darse determinadas condiciones, la imposibilidad de controlar, en un mundo globalizado como el actual, todos los movimientos de población deja margen para una extensión del contagio.

En segundo lugar, y el más importante, porque los países más adelantados y con más medios materiales tienen la obligación de poner las bases para imposibilitar --o, al menos, minimizar al máximo-- en el futuro el riesgo de nuevos brotes del ébola y otras enfermedades infecciosas en el continente africano. Es decir, deben contribuir económicamente a atacar de forma decidida la pobreza extrema de Africa, porque esa miseria es lo que propicia el deterioro de la salud.

La Organización Mundial de la Salud calcula que la epidemia actual no podrá ser detenida antes de seis meses. Es mucho tiempo. La ciencia está investigando fórmulas para frenar el avance de la enfermedad, y ayer hubo datos esperanzadores en este sentido --a mediados del próximo septiembre empezarán los ensayos con una vacuna--, pero de poco servirán los avances médicos si no imperan en la comunidad internacional el sentido común y el sentido de la solidaridad. Es decir, el sentido de la justicia.