Las instituciones extremeñas se aprestan a festejar, a partir de mañana lunes, el 25 aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía. El verbo festejar está bien empleado aquí porque el Estatuto ha sido, sin la menor duda, la ley que ha hecho posible que Extremadura viva el periodo histórico de mayor prosperidad y de mayor cohesión social, dos circunstancias que no siempre van de la mano pero cuando sí lo hacen el resultado es un avance cualitativo.

Los festejos de la efemérides es una buena ocasión --y este periódico la aprovecha y pone a disposición de sus lectores el especial del Estatuto incluido en el ejemplar de hoy-- para trazar una mirada panorámica desde lo que éramos hace 25 años a lo que somos ahora. Hace 25 años Extremadura era una tierra a la que le llegó la autonomía no porque ésta naciera del clamor y la presión social (había un discreto clamor, sí, de una cierta clase media intelectual y políticamente informada, pero sin posibilidad de trasladar esa inquietud al conjunto de la opinión pública, que apenas existía), sino porque el Estado, estructurado en autonomías según el diseño marcado por la Constitución, arrastró a todos los territorios regionales a transformarse en comunidades. Nunca se sabrá si esta región se hubiese constituido en comunidad en el caso de que hubiera podido no hacerlo. Solo plantear esta duda expresa con claridad el estado de ánimo político que los extremeños de los primeros años 80 tenían respecto a la autonomía.

Hoy, sin embargo, los extremeños somos los más fervientes seguidores del Estado de las Autonomías. Algo tenemos que haber visto en nuestra condición de autónomos para que, sin distinción de ideologías políticas, no se conciba otra forma mejor de abordar los problemas que como la comunidad creada por el Estatuto. Y es que hemos pasado de una situación --durante su tramitación y primeros pasos--, en que el Estatuto fue motivo de discordia, a la contraria, a que el Estatuto se ha convertido en el gran denominador común político que tenemos los extremeños.

Lo importante, sin embargo, es que ese cambio político ha supuesto una revolución mental, si bien todavía inconclusa. Con la perspectiva de hoy es un lugar común señalar que la mayor fuerza contraria a la autonomía eran los localismos y provincianismos, hasta el punto de que el escollo más importante de aquellos días fue decidir si la representación en la Asamblea era provincialmente paritaria o proporcional a la población de cada provincia. Al final se llegó a una proporcionalidad corregida, a medio camino entre las dos posiciones. Sin embargo, es muy posible que las razones por las cuales muchos extremeños de los principios de la democracia vieron con incertidumbre la autonomía se debiera --en el fondo, aunque enmascarado por posiciones más aldeanas-- a que ésta planteaba una responsabilidad en los asuntos públicos para lo cual se necesitaba un músculo que los extremeños no teníamos muy ejercitado. Hoy hemos aprovechado las clases de gimnasia y las actitudes provincianistas están mucho más atenuadas que entonces; ya no son una fuerza motriz de la acción política. Pero sería un error pensar que no existen. Queda camino por recorrer para que los extremeños pensemos ´en comunidad´ antes que en ´provincia´ o en ´ciudad´. Cuando se consiga, el Estatuto habrá acabado con éxito la razón por la cual echó a andar el 25 de febrero del 1983, mañana hace 25 años.