TDtesde los veinticinco años vivo en Extremadura. Hasta entonces lo hice en Barcelona y siempre pasé los veranos en Almería. Muy pequeñita yo, --un franco catorce pesetas-- era sideral la diferencia entre Cataluña y el resto de las poblaciones que recorría el coche familiar cuando a finales de junio viajábamos hacia soñadas y azules vacaciones. En nuestra ruta dirección Sur, los bares se volvían cada vez más pobres, la gente más humilde, las carreteras peores. Al llegar, nada hacía pensar que el pobre pueblecito almeriense sin alcantarillas, con cacas en el muro y niños de legañas y mocos pertenecía al mismo país que la europea, limpia, moderna y rica Barcelona. Aquellos eternos y salvajes veranos de libertad, abuelas, ternura, cenas a la anémica luz de una bombilla y desayunos con leche de cabra siempre guardarán para mí el atractivo nostálgico de la niñez perdida. Era pobre y era hermoso. Y aunque entonces nada sabía de Extremadura, Este u Oeste, el Sur, siempre era el Sur.

Odio la revancha así que no voy a lamentar litigios sobre balanzas fiscales, ni a deplorar blogs cutres de niños con el culo al aire. Hoy por hoy, incluso en tiempos de crisis, Almería rebosa vitalidad y progreso. También Extremadura es una autonomía moderna, acogedora y dinámica. Bautizada con ingenio y poesía como El País que Nunca se Acaba, a pesar de sus carencias sobre todo en infraestructuras y comunicaciones, debería ser visita obligada para todo viajero que quisiera disfrutar con su Patrimonio natural, artístico y humano. Y a menudo es un privilegio vivir en ella.

Cataluña sigue siendo educada, elegante y próspera. Sería lamentable sentirla decadente y hostil por culpa de los que se empeñan en imponer, que no compartir, su hermosa lengua o por los ignorantes que, con infantil victimismo y desprecio, se refieren a Extremadura como un país de funcionarios. Llevo a Cataluña en el corazón, pero el nacionalismo extremo es rastrero y ruin. Su discurso, pedigüeño, prepotente y a menudo maleducado. Egoísta e insolidario, sólo alimenta rencores y recelos. Es una opinión.