El Doce de Octubre, Extremadura tiene una cita obligada con la Hispanidad, porque pertenecemos a un pueblo que no sabe vivir de espaldas a la historia, y porque existen unos anclajes que nos identifican y nos vinculan con el mundo hispano, un arraigo que va más allá de los tópicos o de las celebraciones institucionales, y que surge como consecuencia de una etapa donde confluyeron los destinos de ambos pueblos, dejando una parte de la historia escrita en común.

Basta recorrer cualquier punto de nuestra geografía, para darnos cuenta de la huella y el influjo que el encuentro con América dejó en la fisonomía de nuestras poblaciones, una historia que está salpicada de gesta, de hitos, de enclaves históricos, de nombres esculpidos en el mármol de la intemporalidad, de acontecimientos que nos invitan a hacer un viaje retrospectivo hacia el interior de la memoria.

Uno de estos lugares emblemáticos, es un convento que se levanta en las inmediaciones de Belvís de Monroy, donde a poco que nos aproximemos se escuchan los ecos de los cantos de los monjes. Son voces que regresan del otro lado del tiempo, que dejaron escrita en el aire, una huella de su inolvidable presencia. Emociona recorrer, aunque sólo sea de paso, los espacios que habitaron en otro tiempo, personajes tan insignes como San Pedro de Alcántara o los doce Apóstoles de México.

XFORMABANx este grupo unos monjes cultos y comprometidos, que pretendieron la reforma de una iglesia que, por aquel entonces se apartaba de su tradicional heterodoxia y del espíritu evangélico; pero, las ideas renovadoras de estos frailes chocaron pronto con el muro de incomprensión de unos preceptos dogmáticos e inamovibles, a resultas de lo cual, fueron considerados proscritos, debiendo abandonar sus respectivas comunidades para refugiarse en estos parajes como en un obligado exilio.

Pero como estaban tocados por el espíritu de sacrificio y por un aura de austeridad franciscana, el emperador Carlos V , a instancias de Hernán Cortés , los eligió como pioneros para ser enviados a la Nueva España, al considerarlos como los únicos capaces de llevar a buen puerto la ingente tarea de la cristianización. Convirtiéndose el convento de San Francisco en el centro neurálgico de la iniciación misionera de aquella época.

No se trata de analizar aquí los méritos de estos monjes desde el punto de vista filosófico o religioso, sino de valorar la importancia histórica que aquel acontecimiento supuso para el devenir cultural, social, económico y humano de ambas civilizaciones. Ayudaron a implantar un modelo de vida digno basado en los avances de la época, expandieron nuestra lengua y nuestra cultura, trataron de erradicar los abusos cometidos por algunos españoles, que se impusieron allí como una raza superior y dominante. Como prueba irrefutable de su buen hacer y de que la semilla que estos monjes sembraron en el corazón de aquella gente, no cayó en terreno estéril, está el gesto de hermanamiento que México ha tenido, cinco siglos después, hacia el pueblo de Belvís, donando una escultura alegórica que simboliza el espíritu de aquellos monjes que convirtieron almas para el cristianismo, pero sin olvidarse de que éstas estaban incardinadas en unos cuerpos que carecían de los más elementales medios de vida.

Cada vez está más cercana la fecha del quinto centenario de esta fundación, un acontecimiento que no puede pasar desapercibido, porque un pueblo que olvida su pasado es un pueblo desubicado y sin memoria. A tal efecto se ha constituido una comisión organizadora, presidida por Teófilo González Porras , con el encargo de tratar de concienciar a la opinión pública de la relevancia de esta conmemoración. Y a tal fin, en la reconstruida capilla de aquel antiguo monasterio, tuvo lugar el acto de constitución de esa comisión, participando miembros de la comunidad de Nuestra Señora de Guadalupe, junto a destacados representantes de la vida política y cultural extremeña, entre los que cabe señalar a la vicerrectora de la universidad de Extremadura que ofreció una visón histórica y un repaso por los diferentes escenarios arquitectónicos que hacen de esta localidad un marco incomparable.

La Hispanidad no es una entelequia, ni concepto abstracto, no es una etapa más de la historia, es la suma de los acontecimientos más importantes en los que estuvo implicada Extremadura, algo que nos corresponde perpetuar porque forma parte de nuestra identidad colectiva. Extremadura no necesita inventarse un pasado y construir sobre él un hecho diferencial que pueda ser utilizado como pretexto para esgrimir cualquier tipo de reivindicación. El pasado está escrito en el silencio de nuestras calles y en los más recónditos rincones de nuestra memoria.

En Belvís el agua, con su paciencia de siglos, amansa lentamente la piedra, mientras que el viento lame las viejas heridas del tiempo. Desde el castillo, ríos de palabras se despeñan por las torrenteras del recuerdo, pero la esencia está en saber arrancarle a la piedra su secreto, en convertirla en el espejo cómplice de lo que queremos saber, en dejarnos seducir por el misterio de sus claustros derruidos, en hallar la paz que estos lugares esconden.

*Maestro.