Este periódico publicaba el pasado domingo que más del 26% de la población extremeña supera ya los 65 años. Ocho municipios de la región llevan, como mínimo, desde 2012 sin nacimientos y 47 tienen censados menos de 10 niños.

Según el Instituto Nacional de Estadística, al menos 6.920 extremeños abandonaron la región el pasado año, la segunda comunidad que más población perdió. Y más de 57.000 jóvenes también se fueron durante la última década.

Estas cifras no son meros números, son realidades personales que afectan al territorio y se traducen en una devastadora conclusión: Extremadura se muere.

De pequeños nos decían que a nuestra región, de un millón de habitantes, le faltaba al menos otro millón. Eran los extremeños empujados por aquella emigración masiva durante la década de los setenta y ochenta que había vaciado municipios de una manera abrupta.

Esas familias nunca volvieron, más allá de las visitas del verano. Sí mucho de esos emigrantes convertidos ya en abuelos para descansar en su tierra.

Décadas después, la emigración de extremeños no ha sido tan violenta, pero la sangría ha seguido, sin prisa pero sin pausa, derramándose en nuestros pueblos.

Algunos nos fuimos más que por necesidad, por ansia de aventuras y conocer mundo. Los años pasan y las raíces tiran. Sabes que quieres volver a tu familia, a tus paisajes, a tu gente. Pero la pregunta es: ¿qué hago allí? Cobarde y pasiva. La zozobra de una imposible respuesta es devastadora. Una tierra que no ofrece un porvenir a sus jóvenes agoniza; está condenada al fracaso.

La vergüenza del ferrocarril es la triste metáfora de unas vías casi inexistentes por la que los escasos trenes a duras penas circulan, como un cuerpo que ya no bombea más sangre por sus desvanecidas venas.

Siempre se ha dicho que uno de los grandes atractivos de Extremadura es su tranquilidad, la paz y el reposo del día a día. El tesoro de vivir sin el estrés y la contaminación de las grandes urbes.

Pero ojo, en algunos pueblos esa tranquilidad se volvió extrema. Ya ni disfrutan del ruido de los niños en sus calles. Y cada vez son más municipios. Es la tragedia del silencio que precede al punto final.

*Periodista.