La despreocupación mostrada por la ministra de Medio Ambiente tras los incendios que asolan miles de hectáreas en Extremadura comienza a bordear el ridículo. Es muy revelador que Elvira Rodríguez se haya paseado estos días por las playas gallegas para comprobar in situ la supuesta regeneración de los arenales tras la catástrofe del Prestige y, sin embargo, no se dignara a acercarse a Valencia de Alcántara, zona que concentra un tercio de la superficie arrasada por los incendios este mes de agosto en España. Al margen de la inestimable colaboración que, como no podía ser de otra forma, ha prestado el Gobierno central para la extinción de las llamas en nuestra comunidad autónoma, era necesario que la máxima autoridad española en la lucha el fuego dejara a un lado el teléfono y visitara las comarcas afectadas, no para hacerse la foto --lo cual es muy legítimo desde el punto de vista político-- sino para dar ánimos a la población y, fundamentalmente, para comprometer las ayudas económicas que se necesitarán a corto plazo. Como quiera que la visita no se ha producido, a estas alturas lo mejor que puede hacer la ministra es quedarse en Madrid. Las visitas políticas a destiempo no tienen sentido, máxime después de que Extremadura ya le haya anotado a Elvira Rodríguez una falta, y grave.