XAxcaba de aparecer en las librerías El siete moderno, un nuevo libro de Andrés Trapiello, el número doce de los que componen, hasta ahora, su Salón de los pasos perdidos, esa obra singular de la literatura española definida por su autor como Una novela en marcha, que es además el subtítulo general de la misma. Todos los volúmenes llevan al frente un epígrafe de Galdós : "Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela" (Fortunata y Jacinta. I, 3, III).

Antes de ir a la librería, eso sí, uno ha tenido que contar sus ahorros (leerlos no es barato); preparar, de paso, la carretilla (cada vez son más gruesos) y, cómo no, buscar en las estanterías el amplio hueco que el tomo en cuestión necesita. Después, todo será buscar tiempo para su lectura y paciencia para manejarlo, lápiz en ristre, sin que se nos aje demasiado.

No hace falta destacar a estas alturas, sería redundancia, la importancia de su empeño y menos, es opinión común, que será gracias a esta ambiciosa empresa por lo que Trapiello podrá resistir en los siempre inestables renglones de la historia literaria. Uno así lo cree y no tanto porque éste sea un género aparte, sino por todo lo contrario: en las páginas de ese inconmensurable relato hay poesía, ensayo y, por supuesto, novela. Lo ha dicho él mismo: "Para mí el diario era la puerta falsa para entrar en la novela". El teatro, que haberlo haylo, lo ponen las máscaras: las que, para sí y para sus personajes, utiliza Trapiello con indudable maestría.

No voy a descubrir tampoco nada nuevo si afirmo que el leonés de Manzaneda de Torío es un escritor incómodo. En especial, por culpa de esta obra. Por ella, tan odiado como querido; tan respetado como todo lo contrario.

Me han dolido muchas veces ciertos juicios de valor acerca de escritores que estimo y más de una ofensa personal hacia personas que aprecio. Uno, que ha recibido, como tantos, sus injustos dardos, está en disposición de comprenderlo tal vez mejor que nadie. Con todo, después de haber leído las miles de páginas que la componen, mi impresión al cabo es positiva. Dejando de lado su principal valor: lo bien escrita que está, por un motivo fundamental: es posiblemente el escritor que mejor ha captado la esencia del campo extremeño, ésa "siempre nueva visión de la naturaleza" a que ha hecho alusión el crítico de ABC García-Posada. Para mí, a decir verdad, basta y sobra.

La azarosa circunstancia que le llevó hace años a adquirir una casa en el Pago de San Clemente, Las Viñas, donde ha pasado y pasa largas temporadas, ha permitido que Extremadura, cierta Extremadura, esté en disposición de permanecer en el imaginario literario de esta época. No sería poca cosa.

Para poner de relieve esta situación, publicó la Editora Regional Capricho extremeño, un libro pertinente que se inventaron Miguel Angel Lama, Fernando Pérez y Julián Rodríguez. Ya agotado, acaso merecería la pena reeditarlo, si el presupuesto lo permite, en una versión no corregida pero sí aumentada. Desde 1999, son muchas las nuevas páginas que Trapiello ha seguido dedicando a este inagotable asunto y, lo mismo que en otros de sus temas habituales puede haber perdido vigor, no digo yo ni que sí ni que no, en lo que atañe a éste estoy persuadido de que se ha ido manteniendo cuando no ganando. Hombre, lo tiene fácil: el referente es poderoso. Entiendo que el paraje de la Sierra de los Lagares es, para este solitario, algo más que un lugar. Creo que desde ese peculiar observatorio, que es su centro, mira el mundo. Así, no es extraño que lo que escriba esté teñido de las múltiples virtudes que florecen en medio de esta tierra. Desde siempre. Ojalá que también para siempre.

*Escritor