Si Carmen o Elvira hubieran sido dos niñas sirias, víctimas del actual conflicto armado, y hubieran logrado sobrevivir a la violencia de la guerra en su país, hubieran tenido muchas probabilidades de haber muerto ahogadas en esa inmensa fosa común que es el Mediterráneo, tratando de llegar a Europa. En el caso de que lo hubieran conseguido, las probabilidades de ser secuestradas, violadas, de tener una vida de miseria a la intemperie, hubieran sido muchas. El titular en la prensa hubiera sido estremecedor Dos extremeñas muertas en el Mediterráneo, dos entre las más de 3.800 personas que buscaban refugio y que dejaron su vida el año pasado en esas aguas; o entre los más de 1.000 ahogamientos que hasta abril de este año se calcula que han sucedido desde la Organización Internacional de Migraciones. Y en el caso de sobrevivir, puede que el titular fuera otro, Dos niñas extremeñas desaparecidas en cualquier inhóspito camino de Europa, así como han desaparecido más de 10.000 menores que buscaban refugio en Europa según la Europol. Menores prostituidas, víctimas de explotación laboral, expuestas a todo tipo de atrocidades bajo la impunidad del desamparo.

Las infancias de Carmen o de Elvira no fueron fáciles. Fueron «niñas de la guerra». Vivieron el exilio a edad muy temprana a causa de la Guerra Civil Española, pero la acogida que el gobierno del progresista mexicano Lázaro Cárdenas (1934-1940) brindó a más de 20.000 republicanos españoles les permitió vivir y desarrollarse como profesionales de reconocido prestigio. La pacense Carmen Viqueira, que llegó a México con quince años, se doctoró en Psicología y Antropología, llegando a ser catedrática en esta última disciplina en la Universidad Iberoamericana, una de las más prestigiosas del país, además de pionera en la rama de la Antropología Industrial. La montijana Elvira Quintana llegó a tierras mexicanas con 5 años de edad y tuvo una exitosa carrera como actriz y cantante, con participación en más de una treintena de películas y cinco álbumes de boleros, a pesar de su pronta muerte con treinta y dos años. Y hubo más extremeños y extremeñas, nombres como los de Agustín Mateos Muñoz, Pedro Carrasco Garrorena, Fernando Valera Aparicio o Juan Simeón Vidarte pasaron a la historia académica y política mexicana, a los que habría que añadir los de muchas personas anónimas que con sudor y esfuerzo contribuyeron al progreso del país que les dio acogida. Sin la solidaridad del pueblo mexicano, sin su acogida generosa, quién sabe cuál hubiera sido el destino de sus vidas. Todavía no se habían formalizado los grandes protocolos internacionales que dotaban de un corpus jurídico a la protección de las personas refugiadas. Habrá que esperar hasta 1951 para ver el nacimiento de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, a la que España se adhirió a finales de la década de los setenta del siglo pasado. Pero tanto la sociedad como el Gobierno mexicanos, en un gesto de inmensa solidaridad y altura política crearon una red de acogida y facilitaron un exilio seguro para miles de españoles y españolas que veían peligrar su vida y sus derechos fundamentales con la dictadura franquista.

Esa solidaridad es la misma que el pueblo extremeño ha manifestado a través de las acciones valientes de sus organizaciones como la Plataforma de Refugiados o la Coordinadora de ONG para el Desarrollo de Extremadura, la de ayuntamientos que se han declarado ciudades acogedoras o la que hizo que en los años noventa se acogieran en nuestra tierra a decenas de familias bosnias que huían del conflicto en los Balcanes. Pero ese sentimiento solidario no encuentra eco en el Gobierno de Mariano Rajoy cuya restrictiva política de asilo es una vergüenza para aquellas personas que creemos en la defensa de este derecho así como de los Derechos Humanos en general. De hecho el próximo mes de septiembre se cumplirán dos años del compromiso del Gobierno de España con la UE para acoger a más de 17.000 personas refugiadas, de éstas unas 350 vendrían a Extremadura. Ni por asomo las cifras se acercan a lo acordado, apenas superamos el millar de personas reubicadas en todo el país.

El ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Alfonso Dastis lleva meses escudándose en los problemas logísticos de la acogida, pero cuando se han ofrecido alternativas desde las autonomías, los municipios o la sociedad civil, no han sido atendidas por el Gobierno.

Hoy, 20 de junio, Día Mundial de las Personas Refugiadas, se sucederán los actos que lo conmemoren. No es mal día para recordar a aquellos extremeños y extremeñas, como Carmen o Elvira, que salvaron sus vidas gracias a la solidaridad del asilo. No es mal día para recordar y denunciar que cientos de miles de niños, adultos y ancianos, no encuentran esa acogida en nuestro país, y no por una sociedad que los rechace, ya que no hay duda que clama por recibirlos, sino por un Gobierno que les cierras las puertas. Si Carmen o Elvira hubieran sido sirias, afganas o eritreas de hoy, hubieran muerto en el Mediterráneo.