XSxi es usted de los que consideran que su paciencia está curtida en mil batallas porque superó la prueba de contener las risas en el museo Pecharromán o porque en el Vostell consiguió con éxito hacer pasar la fatiga por asombro o porque el reclamo del turismo rural le resulta un invento extraño que no se lo cree ni la mujer de Jonás , haga como yo y váyase unos días a Mallorca. Allí podrá usted refrendar sus habilidades batiéndose con auténticos profesionales en vender aire. Le aseguro que no le defraudarán, y nada más bajarse del avión observará la sin par sutileza que en occidente ha alcanzado el refinado arte del timo. Sin mucho esfuerzo verá desplegar ante sus ojos el repertorio completo del hurto fino, el acoso y derribo de su tarjeta de crédito, el despiece inmisericorde de su paciencia. Esa gente no se anda con chiquitas y conoce mil modos distintos de sacarle los cuartos a quienes durante quince días acuden al reclamo del agua y al encanto de parecer lo que no son. Estos señores del turismo no desconocen que el vanidoso es la gallina de los huevos de oro que se deja desangrar sin decir ni pío, y encima sonríe y deja propinas. A su lado los extremeños vamos aún por el mi mamá me mima en estos asuntos que tanto importan a la economía de un país.

En realidad hay que reconocer que son unos artistas con muchos años de experiencia. Venden ilusiones, viven de lo que no les pertenece, de lo que es de todos, es decir, el agua del mar y el sol del cielo. Y lo que ponen ellos, lo que cae bajo la jurisdicción de los hombres, los servicios de hostelería, los apartamentos, los hoteles, las discotecas, está puesto en manos de gente sin corazón que te soplan dos euros por un botellín de agua y catorce por una ginebra con tónica, que ya es soplar. A estos precios uno se pregunta cómo es posible que el rey, funcionario que vive a expensas de una nómina, pueda veranear todos los años a esas tierras cuando mi padre, que fue empresario durante cincuenta años, no cruzó jamás el Miravete. No me extraña que el hombre tuviera que poner a trabajar a las infantas.

En Mallorca he visto a más gente resoplar por la inclemencia de los precios que por el clima. En una ocasión me llevaron a contemplar las cuevas del Dragón, que allí venden como algo de mucho mérito y bajo la propaganda de contemplar una verdadera obra de arte natural, y abandoné aquel paraje con el convencimiento certero de que si alguien merecía el nombre de artista era el ayuntamiento del lugar, que cobraba doce euros por una visita de quince minutos a un sótano prehistórico. Y es el caso que había cola con gente de todos lo países prósperos del mundo para mirar el portento. Aunque lo que la gente haga, sea del país que sea, no me levanta ya ni la admiración. Antes uno vivía con el complejo ridículo de creerse de una pasta inferior a los alemanes o a los ingleses, tan cultos y tan ricos ellos. Pero basta una excursión por las costas españolas para hacer desaparecer cualquier prejuicio como el mío, y aún peores. He visto filas enormes de extranjeros haciéndose fotos delante de las cancelas de los caserones de los ricos con los ojos preñados de emoción como niños ante las jaulas del zoológico, como si las casas fueran suyas. Gente talluda, y que a simple vista podía parecer hasta normal, recorriendo un puñado de kilómetros que acaso no recorrerían por mejor causa sólo por hacerse unas fotos cerca de la mansión de Michael Douglas . Individuos que podrían serme simpáticos en otro contexto pero que lo echan todo a perder cuando los veo emocionándose junto al nombre del yate de algún tipo famoso.

Esto es lo que debemos incentivar en Extremadura. Poseemos todos los requisitos. A sol no nos gana nadie y, aunque carecemos de playas, tenemos océanos de lágrimas vertidas durante siglos, que también las lágrimas son saladas y van al mar.

Pero nos hemos empecinado en atraer al turismo intelectual con el reclamo de los festivales de teatro clásico y el embrujo del cerezo en flor y dejamos escapar la pieza que más sabor deja en el guiso del turismo: el vanidoso de cartera fácil.

*Escritor