Lo que menos hace falta ahora mismo en Galicia es caridad. La catástrofe que vive esa comunidad autónoma requiere de la solidaridad de todos, como así lo están demostrando los voluntarios extremeños que se han echado al hombro el hatillo de las ganas y se han ido a recoger fuel de aquellas playas. También la hostelería extremeña cumple, en la dura y larga trayectoria de promoción que los productos gallegos, sobre todo marisco, tienen que comenzar de nuevo a recorrer tras la marea negra. El ejército, aunque tarde, empieza a portarse. Ya son seiscientos los soldados que desde Extremadura han partido hacia aquella costa. Esa es la solidaridad que agradece el pueblo gallego. Como cualquier otro. Y no la caridad mal entendida que sólo limpia conciencias.

Son precisamente las propuestas de creación de un fondo solidario autonómico con Galicia, planteadas por Extremadura y que parecen haber tenido buena acogida en Madrid, lo que viene a demostrar qué es lo que más hace falta en esa comunidad: el Estado. Y por muchas ganas que le echen, los gobiernos autonómicos nunca podrán sustituir a ese Estado que en esta ocasión más que en ninguna ha demostrado ser tan centralista que obvia lo evidente si está lejos y se refugia en la incapacidad ajena cuando no sabe ni contesta.