Hace unos meses, coordinado principalmente por las profesoras Olga Glondys y Mar Trallero, se celebró un congreso sobre los exiliados republicanos españoles en los campos de concentración y exterminio nazis. Unos nueve mil españoles fueron destinados a aquel infierno, capturados durante la invasión alemana de Francia.

Apenas la cuarta parte de ellos sobrevivió. El historiador británico David W. Pike, quizás el mayor especialista sobre los campos, me preguntó si en España era conocida la historia de nuestros compatriotas en el campo austriaco de Mauthausen, donde recalaron casi todos. Tuve que decirle que solo entre los aficionados a la historia. Él repuso, apenado, que era una lástima, pues el comportamiento de los Rotspanier («rojos españoles») había sido «absolutamente admirable». Socialistas, comunistas, anarquistas o republicanos, dejando de lado rencillas políticas, en esa situación extrema, en la que la vida de una persona estaba programada para durar solo unos meses, recibiendo la mitad de las calorías necesarias para sobrevivir, sujetos a las palizas y vejaciones continuas de los SS y enviados a la cámara de gas ante cualquier enfermedad, los españoles mostraron una solidaridad y una moral combativas mayor que la de ningún otro grupo nacional (franceses, holandeses, polacos, rusos…) y su ejemplo de dignidad insufló ánimo ante quienes iban a perder toda esperanza.

A Mauthausen fueron a parar 274 extremeños de todos los rincones de nuestra región, como Juan García Acero, de Villanueva de la Serena, Valentín Pérez Palomares, de Guareña, o Ciriaco Camacho Rayo, concejal socialista en Garbayuela durante la República. Los tres murieron en Gusen, campo dependiente de Mauthausen. Agustín Santos, de El Gordo, logró escaparse, pero fue atrapado a pocos kilómetros de la frontera suiza, aunque lograría sobrevivir, como cuenta el documental de producción extremeña 5105 Historia de una fuga de Mauthausen, estrenado el pasado año. Es solo un caso entre muchos de los que apenas hay información, y que solo siguen abiertos por el empeño de familiares o esfuerzos como el de José Hinojosa Durán, director del GEHCEX (Grupo de Estudios sobre la Historia Contemporánea de Extremadura) y delegado en nuestra región de la Amical de Mauthausen.

El otro día, una amiga me contaba de su abuelo, natural de Fuenlabrada de los Montes, un pueblo donde, tras la guerra, la gente iba «a ver los fusilamientos»: los franquistas por disfrutar viendo morir a los «rojos», y los otros, para que no los tomaran por tales. Normal que aquel hombre no regresara: miembro de la Resistencia en Francia, fue apresado y deportado a Buchenwald, donde coincidió con Jorge Semprún y, tras sobrevivir, rehízo su vida en Lyon, sin volver a ver a su hija y no ver nunca a su nieta.

La historia de la Segunda Guerra Mundial como se sigue contando en escuelas e institutos es la de grandes batallas y líderes megalómanos, pero no estaría mal que se recordara a quienes sufrieron la historia pero también la hicieron frente con coraje y dignidad. A quienes vestidos con un pijama de rayas, con la piel sobre los huesos y un hambre que llevaba a la locura, tiritando ante los vientos del Danubio, recordaban Guadalupe o Fuente de Cantos y a sus familias, que muchas veces no se enterarían de la muerte de sus padres, hijos o maridos hasta muchos años después.