Autor teatral

Septiembre ha sido siempre un mes culpable, de promesas para un futuro que empieza, quizás por la melancolía que arrastran las hojas caídas y huérfanas de los árboles. Es el mes de los interminables y estúpidos fascículos, de las listas improbables de los gimnasios, del recuerdo agridulce de un amor que se helará en el corazón, por los fríos que se presienten. Septiembre es el mes que marca el paso de mi vida; el que me vio nacer con un calor pegajoso, el cumpleaños cada día 8 de los extremeños. Escuchaba en Localia Mérida hablar a Nieves Moreno de autoestima, como si fuera la proteína que nos ha faltado para crecer sanos y robustos. Y no le falta razón a la gran periodista, cuando galena lanza el diagnóstico. Ibarra remachaba en el Teatro Romano, que por menos de la mitad de lo conseguido en la región, hubiera firmado él, cuando se inició la andadura autonómica de nuestra Comunidad. Hasta ahí de acuerdo, pero a las autopistas y las bibliotecas, a las empresas creadas y a una generación muy preparada, quizá le falta un sentir arrogante, orgulloso de ser y ejercer de extremeños. Uno que no es muy dado a los símbolos, sí ve con envidia, cómo en otras comunidades se les llena la boca de todo lo que les identifique, ya sea paella o sobrasada, nécoras o pucheros. Huí de Extremadura el pasado agosto buscando el norte y la lluvia asturiana. Con resoplar de gaitas paseé por Oviedo buscando las huellas desgraciadas que Ana Ozores dejara por Vetusta. En casa de mis amigos asturianos -Agustín y Elisa--, me arropé entre mantas tejidas de verde. Todo en Asturias huele asturiano. Todo lo asturiano parece Asturias, hasta el hijo de los dos anteriores, Lucas, que a su mes y medio ya tiene la mirada fuerte y melancólica del Cantábrico. A mí me gustaría que otro Lucas extremeño tuviera la mirada recia de una dehesa de encinares. Si nosotros no nos lo creemos, nadie nos lo creerá. También Nieves lanzó la palabra maldita que ha forjado nuestro carácter y conformismo: ave. Y no el AVE de doscientos por hora, sino el de qué se le va a hacer, el de "Dios nos lo dio, Dios nos lo quitó". En el "Estrebejí" la mujer-tierra habla de lo poderosa que es puede ser una raíz porque será la que te ate a algo más que a un terruño. Será el nudo del alma, de una forma de ser y sentir la vida. Nos sobra de todo: historia, paisajes, parajes, monumentalidad. Nos falta decisión, coraje para llamarnos por nuestros nombres. Extremadura no es más que el espíritu de sus hombres y sus mujeres. Su razón es la nuestra, su olvido y desprecio el nuestro. El amor nace del conocimiento, y nosotros y ella nos hemos mirado sin vernos. Hemos despreciado su linaje y su sangre. No sé sin con razón o sin ella. Hemos abominado de una tierra oscura, callosa y áspera. Pero esa Extremadura ya está en el olvido y hoy radia un azul inmaculado, como el cielo de marzo en una explosión de primavera. Desterremos las palabras que han marcado nuestro servil conformismo. Hoy tenemos muchas razones para conjugar en un presente absoluto y en futuro esperanzador. Extremadura es nuestra y abierta a los demás. Nosotros somos Extremadura, nosotros, los extremeños.