Llegó a esta tierra Don Quijote apresurado por la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, tales eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar. Y así, divisó no lejos una venta, que fue como si un castillo resurgiera con sus cuatro torres, tres con chapiteles y una de ellas en forma de cubo.

Asombróse Don Quijote de la osadía de aquella torre cúbica, pues sabido era que las leyes de caballería impedían tales atrocidades en la fachada de los nobles castillos. Habló Don Quijote con el noble posadero del castillo advirtiéndole de la atrocidad de su torre, quien no dudó en cerrarle la puerta en sus narices tras advertirle que era finalidad de aquella torre hacer de granero y despensa. Escribió Don Quijote una carta al Rey que contestaron el cura y el barbero, siguiéndole el juego, sentenciando que tal injusticia no debía ser permitida y que se pusiera fin a tan tremendo agravio contra el bien del reino. Así lo acató Don Quijote, que con ayuda de un poco de aceite prendió fuego a la desdichada torre quemando el conjunto del castillo. Posadero, posadera, huéspedes y demás buenas gentes de la venta y del pueblo en el que se hallaba no dudaron en perseguir a Don Quijote, quien de esta aventura no salió bien parado, sino más magullado que aclamado.

César Manchón López **

Badajoz