XExl presidente Ibarra, antes de dedicarse a la política fue profesor en la Escuela de Magisterio de Badajoz. Seguramente de esa época proviene su afición a los discursos ejemplarizantes, porque como antiguo docente estará convencido de la eficacia narrativa de la fábula y de unos pocos preceptos en los que puede resumirse el acto educativo. Ya saben: "Enseñar deleitando" frente a "la letra con sangre entra", lo que equivale a preferir un tipo de enseñanza creativa, lúdica, motivadora y participativa frente a las periclitadas fórmulas memorísticas y de sumisión que consideraban al alumno como miembro de un colectivo apático, pero sumamente disciplinado, que se aburría escuchando unos contenidos tediosos que no siempre coincidían con sus intereses.

Algunas de estas fórmulas didácticas ya las habían descubierto los predicadores medievales, para quienes las fábulas constituían un apasionante fondo de enseñanzas instructivas, un ingente repertorio de propuestas formativas y edificantes --morales, en definitiva-- con las que hacer llegar a las mentes de los feligreses la compleja red de normas de comportamiento que éstos debían primeramente comprender antes de poder asumirlas como reglas de vida. Por eso se publicaron numerosas obritas que contenían fábulas susceptibles de ser empleadas en los sermones.

Los predicadores suavizaban las abstractas formulaciones morales cautivando a los fieles con fábulas sencillas y sugerentes que presentaban en imágenes impactantes un puñado de verdades universales deducidas de la experiencia a través de la literatura de tradición oral. La cigarra y la hormiga, por ejemplo, es una fábula que viene al pelo para incitar a los oyentes al trabajo constante, al esfuerzo diario y previsor, frente a la despreocupada actitud de la cigarra que, seguramente, ni se acercaría a votar en caso de que hubiesen existido las urnas en ese tiempo remoto del que provienen las fábulas. El cuento de la lechera sirve para condenar las ensoñaciones fantásticas de quienes prefieren basar su economía en quiméricas expectativas en lugar de convertirse en jóvenes empresarios emprendedores.

Jesucristo también utilizaba las parábolas para facilitar la comprensión de sus mensajes, porque no siempre resultaba sencillo entender plenamente el alcance del nuevo sistema moral que vino a establecer (como tampoco resultaron evidentes la naturaleza y los fines de algunos pactos suscritos entre los socios del tripartito catalán).

Después llegó don Juan Manuel , quien sintetizó en El conde Lucanor las enseñanzas fundamentales para la formación de los gobernantes transmitidas todas ellas bajo el envoltorio de los cuentos que narra Petronio a su discípulo con el convencimiento de que las fábulas producen el mismo efecto que el azúcar o la miel con que los boticarios endulzan los medicamentos para que éstos puedan ser fácilmente digeridos.

Y ahora tenemos a Ibarra , quien desde su púlpito mediático se inscribió en esta línea de predicadores convencidos del impacto ejemplar de la fábula. No ha existido mejor condena del pacto entre Maragall y Carod (¿lo recuerdan ustedes?) que la expresada por nuestro presidente con la fábula de La rana y el escorpión. Enhorabuena, señor Ibarra, por ese rebrote de su pasado didáctico concretado en la simbología de la naturaleza ponzoñosa del escorpión y en la ingenuidad de Marana gall .

Y ya que hablamos de fábulas y a propósito de las divisiones públicas de su partido (que a mi entender deberían quedarse en discrepancias internas) voy a contarle una vieja fábula, la de El anciano y sus hijos, que quizá pueda usted contarle a Zapatero, a Bono y a Maragall si algún día de estos coinciden en el Asador Donostiarra, en casa Lucio, en Azkar, o donde quiera que se reúna la gente guapa de su partido.

"Un anciano que tenía varios hijos enemistados entre sí se valió del siguiente medio para hacerles entrar en razón y avenirlos. Después de congregarlos a todos, mandó traer unas cuantas varas de fresno, reuniólas todas en un solo haz, y preguntó:

--¿Cuál de vosotros se atreve a romperlas?

En balde lo intentaron uno tras otro, sin poder conseguirlo. Y entonces el padre, desatando el haz, les demostró cuán fácilmente se rompía cada vara estando sola.

--Así pues --les dijo--, nadie podrá venceros si estáis unidos, hijos míos, pero si estáis divididos y enemistados, el primero que quiera haceros mal os perderá".

*Profesor de la Uex