WEwl mantenimiento del precio del barril de petróleo por encima de los 60 dólares es un dato inquietante. Esta vez los especuladores sacan tajada de las crisis coincidentes de Arabia Saudí, Irán e Irak. Pero aún peor es la posibilidad de que estemos ante una carestía estructural y crónica. La traducción práctica es que repostar gasolina cuesta este verano un 22% más que hace un año, unos seis euros más cada vez que se rellena el depósito.

No sólo es un castigo para el bolsillo particular. El vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía, Pedro Solbes, no ha ocultado su preocupación por la escalada de precios, porque para España el incremento del crudo tiene otro efecto maléfico: el déficit comercial ha subido, sólo en este capítulo, un 36,7% (3.000 millones de euros más que el año pasado).

Pagamos más caro el petróleo que importamos, y del que aún dependemos más que otros países de la UE, que tienen más diversificadas sus fuentes de energía.

El buen crecimiento de la economía española tiene este gran lastre que amenaza su viabilidad a medio plazo, la falta de una política energética menos dependiente del petróleo. Y más cuando ya sabemos que no volverá a ser barato.