La muerte de una joven por la enfermedad de Creutzfeld-Jakob --conocida popularmente como de las vacas locas-- es realmente dolorosa, pues era evitable de no haberse, en su día, cometido la barbaridad de romper la cadena trófica de un herbívoro (la vaca) con nutrientes de origen animal (esqueletos de ovejas y cabras triturados).

Pero no cabe alarmarse. Se trata de una dolorosa factura que los epidemiólogos ya habían previsto. En efecto, a pesar de prohibir la continuidad de aquella perversa forma de engorde del vacuno y del sacrificio inmediato de los animales más claramente enfermos, durante unos años continuaron muriendo vacas, aunque siguiendo una curva descendente perfectamente prevista por los científicos.

En el caso concreto de España, el número de animales muertos o sacrificados también ha sido el esperado. Desgraciadamente, la posible muerte de algún humano, infectado antes de conocerse el mecanismo de esta enfermedad, estaba ya prevista.

Ahora bien, evitar alarmismos no excusa de mantener la mayor vigilancia para que esto no vuelva a repetirse jamás.

En este sentido, resulta todavía prematura la propuesta de la Unión Europea de rebajar el nivel de control en una cadena trófica que ha producido esta terrible enfermedad.

La vigilancia y la trazabilidad de los alimentos son en estos momentos que vivimos exigencias de primer orden, para la salud pública y para mantener la confianza de los consumidores. La producción masiva e industrial de alimentos y su amplísimo consumo requieren, como nos lo recuerda de nuevo la intoxicación por una partida de pollos envasados al vacío, una constante y eficaz supervisión.

*Médico y senador