Historiador

Sucedía en el pasado reciente de nuestra historia política que los partidos, se estructuraban a su vez en lo que se denominaban facciones, coloquialmente conocidas como familias que, bajo la base del respeto a una ideología y una práctica común, la del grupo de origen, expresaban una serie de peculiaridades propias que las diferenciaban entre sí.

A veces se ha pensado que siguiendo la trayectoria actual pervivían esas formas de organización. Creo, sin embargo, que la realidad contemporánea es muy distinta. Las afinidades se escenifican fundamentalmente no por la creencia en que se comparte un núcleo sustancial unitario, sino más bien por apetencias personales, por la atracción de determinadas individualidades o, en definitiva, por la capacidad de liderazgo.

En Estados Unidos y a otro nivel prima el lobby, es decir una asociación para cabildear , intrigar o hacer gestiones en algún organismo o ante alguien para conseguir algo preferentemente buscando beneficios propios. Aquí preferimos unirnos o relacionarnos con vistas a la consecución de metas inmediatas bajo el amparo o la protección de un padrino . En ese sentido, los partidos han desvirtuado el carácter originario de las corrientes de opinión para desembocar en las vinculaciones interesadas. Olvidamos la naturaleza noble de lo político ensuciándolo todo con pugnas internas. Si bien es cierto que no se puede generalizar y que algunas fuerzas políticas han avanzado enormemente para corregir muchas disfunciones. Así se han democratizado, fundamental y casi exclusivamente en la izquierda, los procesos de selección de cargos, tanto los públicos como los orgánicos.