Abogada

Si hay algo terrible en esta sociedad de la que se dice avanzada, es el hecho de haber acumulado una especie de ferocidad en torno al fanatismo. Demasiadas veces nuestros comportamientos llevan aparejado un tono de agresividad, imperceptible, en ocasiones, pero no exento del tono de intolerancia que caracteriza esta actitud. No hace mucho en una especie de recorrido por las famosas tiendas del top manta , fui testigo de uno de esos comportamientos reprobables, este fue el caso de un chaval que pisó varios CD situados en una manta, y ante la respuesta del vendedor que le pidió por favor que no pisara, el padre, casi violentamente le contestó: "Qué ocurre, negro de mierda, cómo te atrevas a tocar a mi hijo te rompo la cabeza". Fue espeluznante escuchar esto de la mano de un padre, aparentemente normal. A mí me quedó fría tanta violencia verbal gratuita.

Recordé, no obstante, otros planteamientos parecidos, cada vez más insistentes, de una sociedad que se mueve entre los parámetros de la tolerancia de salón, pero que, al mismo tiempo, pulula bajo la premisa de la intolerancia más fanática. Somos tan crueles y tan democráticos, a la vez, que respetamos al inmigrante en la medida en que nos servimos de él, somos pacientes con el que es diferente, en la medida en que no nos resulta incómodo; y rezumamos fanatismo a espuertas respecto a todos y a todo aquello que nos es diferente. Sólo tenemos que observar el grado de descalificación en el que estamos inmersos, constatado en los medios de comunicación, incapaces de plasmar la realidad, sino es para modificarla o enmendarla. Hemos reconvenido a una sociedad para sólo pensar de la misma manera. Quizás ésta sea nuestra mayor miseria.