Escritor

Se llamaba Rosita, pero nada más reconocernos los americanos, allá por el año 1954, sus amigas comenzaron a llamarla Fanny. Y Fanny era una criatura rubia y delicada que de su cabecita recolgaban unos tirabuzones bisbalianos, que en Badajoz entonces los chicos no estaban acostumbrados a tanta finura y en los paseos de Castelar y San Francisco servían de rechifla y de burla. Fanny era además un tipo extraño a la época, que se decía dame gordura y te dará hermosura, porque ella fue el primer cuerpo gemelo de Diana Durbin cuando no de Esther Williams, que con la llegada de los primeros pilotos de reactores, un capitán de aviación sevillano fijóse en aquel junco, que cuando andaba se cimbreaba orgiástico. Eran unos andares raros, raros, raros, que su confesor espiritual trataba de reprimirlos. Andar, sí, pero sin mover las caderas y la electricidad del resto.

Fanny era un sueño, y así fue que cuando se casó con el piloto de aviación, su madrina la acompañó en el viaje de boda de carabina, para que el cambio no fuera tan brusco. La experiencia amorosa no fue fácil ante la primera tentativa del piloto, pero poco a poco aquello se fue suavizando, y Fanny logró traer al mundo dos preciosas criaturas que eran la alegría de propios y abuelos, todos falangistas.

Han pasado treinta y cinco años y la mala suerte puso en el camino el llamado Rocío y la Blanca Paloma. Fanny descubrió el amor con zahones, y la manzanilla fina, que al cabo de varios años se inyectó silicona en los labios y subióse los pechos caídos. Hoy el piloto vive cara su derrota, echándole migas de pan a las palomas del parque de María Luisa, mientras Fanny ha descubierto la edad de oro, y lo que es peor, el orgasmo a la luz de la luna y al lado de la Blanca Paloma.

¿Cuándo la iglesia habla de revolución sexual se estará refiriendo al Rocío...?