WLwa irrupción, el jueves, de un grupo de 11 ultras del Atlético de Madrid en un entrenamiento de su equipo para increpar y amenazar a jugadores y técnicos es otro episodio más en la peligrosa escalada de la violencia en el fútbol español. Lo peor en este caso, como en otros precedentes, ha sido la tibia reacción de la directiva de la entidad y de las autoridades deportivas ante unos hechos gravísimos en los que se puso en riesgo la integridad de los profesionales del Atlético.

Resulta a estas alturas muy desalentador que haya clubs que sigan amparando a grupos violentos de ideología de extrema derecha. Es el caso del Atlético de Madrid, que ha tardado 24 horas en presentar la oportuna denuncia por los hechos del jueves. Todos en el club saben quiénes eran los energúmenos que rompieron las vallas y, en actitud chulesca, amenazaron a jugadores y técnicos, pero nadie se ha atrevido a dar sus nombres, tal vez porque forman parte de un grupo, el Frente Atlético, que ha prestado sus servicios durante años a los dirigentes.

Algo parecido ocurría en otros equipos, que luchan por evitarlo, incluso con riesgos personales. La de estos clubs es la buena senda para acabar con los actos fascistas en los estadios.