Siempre me ha sorprendido la capacidad que tenemos los seres humanos para salir adelante. Con mayores y menores dificultades, al final quien la sigue la consigue. Es un topicazo, claro, pero lo importante es creer en la victoria mucho antes que ir a por ella. El resultado es lo último. Hace unos meses, un buen amigo se encontraba en una situación de esas que hacen que la vida no sea algunos días un plato de buen gusto. Que es lo debería ser siempre porque, creánme, aquí estamos de paso y nuestra obligación debería ser, por encima de todo, la de aprovechar el tiempo en nuestro reloj marcado. Amar la vida aunque nos lo pongan feo a veces.

Y esa fe de mi amigo fue la que le salvó del desastre. Y de volver a dormir tranquilo. No entraré en muchos detalles sobre esta historia porque pretendo transmitirles hoy que perseguir un sueño equivale a vivir despierto. Que las mayores hazañas son las de quienes, con humildad y sacrificio, logran que algo casi imposible se transforme de un día para otro. Y eso no ocurre por casualidad sino por la tenacidad de quienes no se dan por vencidos.

Celebrando hace unos días que el objetivo de vender ya era un hecho para evitar embargos y problemas mayores, mi amigo dijo algo que guardaré para siempre: “la suerte cambia de barrio”, aseguró con la emoción de los que saben que no hay mejor mochila que la que ya no es una carga. Así fue como entendimos que el viento ya sopla a favor aunque el barco pudo zozobrar. Alguien manejó el timón y se agarró fuerte. Ya estamos en tierra firme, ya estamos salvados. Y todo fue por creer en la victoria siempre.