Tras la retirada de Imaz del proceso electoral para renovar su cargo al frente del PNV, pocas dudas quedaban de que el lendakari iba a seguir adelante con sus planes de organizar una consulta en torno al "derecho a decidir" de los vascos. Estaba claro, en efecto, que Imaz era el único obstáculo que Ibarretxe había encontrado en el camino. Buena prueba de ello es que la ponencia, llamada de consenso, que la ejecutiva del partido jeltzale elaboró con el fin de conjurar la amenaza de división, lejos de abundar en las tesis de su todavía presidente, daba vía libre a las intenciones que el lendakari albergaba en su cabeza.

Sin embargo, casi todo el mundo se vio sorprendido el viernes por la contundencia y concreción de Ibarretxe en el pleno de política general. No solo el hecho de la consulta o, por mejor decir, de las consultas, sino incluso los procedimientos para alcanzarlas y las fechas de su celebración quedaron aclarados al detalle. No faltaron siquiera los planes alternativos que el lendakari tenía reservados en caso de que las primeras opciones le fallaran.

Tal fue la precisión de las propuestas que Ibarretxe presentó en su intervención como alternativos, que tenían todos los visos de ser los prioritarios en la mente de su autor. Porque --¿quién lo duda a estas alturas?-- el lendakari sabe de sobra que la negociación que pretende entablar con el presidente del Gobierno está abocada al fracaso y que la única salida que le queda, si aún existe, es la consulta o consultas alternativas al margen de la legalidad.

XEN SUx intervención del viernes, el lendakari cometió, a mi entender, tres errores garrafales, que le costarán el fracaso de todo su proyecto. En primer lugar, prescindió de un dato de la realidad que nadie en Euskadi puede rehuir, a saber, la enorme pluralidad política de la sociedad vasca. En segundo lugar, se situó al margen del ordenamiento constitucional, procediendo con una especie de adanismo supuestamente democrático que es más propio de mesías visionarios que de líderes políticos responsables. Y, finalmente, confundió, de principio a fin, el conflicto político y el conflicto violento. O como le gusta decir, el proceso de pacificación y el de normalización. Vayamos por partes.

La propuesta de Ibarretxe rezuma nacionalismo por todos sus poros. El lendakari define por su cuenta cuál es la naturaleza del "conflicto vasco" y él mismo declara cuál es su única solución. El acuerdo que reclama de los demás no es otra cosa que un contrato de adhesión. Ahora bien, tanto la definición que el lendakari hace del conflicto como la solución que le ofrece están sacadas del acervo doctrinal del nacionalismo vasco. Fuera de este, nadie lo definiría como el resultado de una supuesta pérdida de soberanía que se produjera en 1839 ni nadie pretendería resolverlo mediante una presunta devolución al pueblo vasco de su decisión de decidir. El lendakari no admite que la pluralidad política de la sociedad vasca consiste precisamente en la variedad de interpretaciones que su realidad conflictiva recibe de sus miembros. Por ese error fundamental de planteamiento, Ibarretxe se equivoca también en el procedimiento a seguir. No es al presidente del Gobierno español a quien el lendakari debe dirigirse en primera instancia para entablar un diálogo y alcanzar un acuerdo, sino a los representantes políticos de la pluralidad vasca, es decir, a los partidos del arco parlamentario vasco.

Por otra parte, al situarse al margen del ordenamiento constitucional, el lendakari está condenando su propuesta al fracaso. No se puede actuar en un país plenamente institucionalizado como si fuera una especie de tabula rasa sobre la que cualquier escriba puede imprimir el relato político que le venga en gana. El statu quo , producto de avatares políticos, económicos, culturales y sociales, está ahí, y nadie puede saltárselo, por así decirlo, a la torera. La insumisión, la desobediencia civil o la insurrección son alternativas que no entran en la mente de una gran mayoría de vascos asentada en el bienestar y en la prosperidad. Menos aún con la experiencia que la sociedad vasca tiene adquirida de hacia dónde conducen esas aventuras y con qué compañeros de viaje habría que emprenderlas.

La confusión que el lendakari hace entre paz y política o entre pacificación y normalización, además de constituir un error conceptual, produce efectos perversos. "Diabólicos", se atrevió a llamarlos Josu Jon Imaz en su ya famoso artículo del pasado 15 de julio. Tal confusión, que se da, por ejemplo, cuando el lendakari presenta una única propuesta para resolver tanto el conflicto político como el violento, no hace sino alimentar el discurso de ETA y de la izquierda abertzale. Ibarretxe no parece haber aceptado, hasta en sus últimas consecuencias, la idea, claramente expresada en el Acuerdo de Ajuria-Enea, de que le terrorismo de ETA no es el resultado inevitable de un conflicto político o de un déficit democrático, sino simple y llanamente el producto voluntario del fanatismo y del totalitarismo de sus miembros.

*Escritor