Toda persona que haya perdido a un familiar en un accidente sabe por propia experiencia que es una situación horrorosa con la que tendrá que aprender a vivir el resto de su vida; pero si a esa tragedia hay que añadir que has enterrado y llorado ante los que se suponían sus restos, y no lo eran, la tragedia se multiplica, y así, lo han demostrado los testimonios de los familiares del Yak-42, que a fecha de hoy no tienen las respuestas pertinentes a esos desgraciados hechos que tienen sumidos en la tristeza a las familias de sesenta y dos militares que perdieron su vida en acto de servicio. No tenían que haberse celebrado ningún juicio para que el máximo responsable de entonces hubiese aclarado lo ocurrido, para más tarde asumir lo que corresponde cuando se tiene vergüenza política y respeto por los muertos a los que trasladaron de forma premeditada y de ahí, el cambio de cadáveres, respeto por las familias y respeto por los ciudadanos a quienes representa en el Parlamento.

A estas alturas hay documentos que prueban que cuarenta y ocho horas después del accidente el ministro de Defensa de esa época ya tenía preparado los funerales. Ese señor, que sigue ocupando cargos políticos sin haber pedido perdón por un asunto tan grave no merece el respeto de ningún ciudadano decente y mucho menos, de los que visten uniforme. Afortunadamente, las familias no se han cansado y como padres, hermanos, mujeres e hijos-coraje siguen insistiendo en que se aclare todo lo que rodeó a aquel trágico accidente que llevó a la muerte a todas esas personas que exponen sus vidas para que otros las salven y en otros casos, tratando de recomponer lo que otros países con ansias de guerra ponen en jaque. No basta, con no asumir las responsabilidades, sino que el anterior presidente del Gobierno hace demagogia con un tema tan serio y manifiesta que hay que dejar en paz a los muertos. Es de una irresponsabilidad y de una cara dura tremenda, que se da mucho en la derecha cuando se equivocan y actúan como si no fueran con ellos.

XPOR DESGRACIAx, este no es un error cualquiera, porque en ese fatídico accidente hubo sesenta y dos muertos que eran nietos, hijos, hermanos, maridos y padres a los que hay que dar la dignidad que merecen, y que en su día no le dieron. Esa es la única forma de resarcir a las familias de todos esos fallecidos, y por eso, hay que seguir investigando, aunque el anterior presidente del Gobierno y ministro de Defensa salgan perjudicados, que es lo que teme el señor Aznar y por eso el argumento demagógico de pedir que deje en paz a los muertos. No es justo que esas familias no hayan descansado todavía, y sean sus testimonios desgarradores los que sirvan para descubrir la cantidad de despropósitos que se llevaron a cabo por aquellos días, y que ese señor, por llamarle de alguna manera se siga paseando por el Parlamento, como si tal cosa hubiese ocurrido y criticando además la pasividad que muestran algunos jueces con asuntos de mucha menor gravedad que éste.

Por eso, confiemos en que sea la justicia la que tome cartas en el asunto, y dé a cada uno lo que corresponde. Desde estas líneas, ánimo a las familias, con el deseo de que acaben cuanto antes todos esos trámites tan duros que les hacen revivir la tragedia de nuevo. Que de una vez por todas, después de estos años puedan descansar en paz, tanto ellos como sus seres queridos, a quienes desafortunadamente no se les puede devolver la vida.